Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados, sólo se
diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
SOLO
Recupero el fragilizado párrafo:
“Veinticinco años residiendo en el punto medio de una ciudad nauseabunda
llamada Bajagracia.”, e intento relajarme mientras secuestro más café. La
ventana en posición: lista. Querida Catábasis: ¿Nos autorizas a extraviar vidas
ancestrales? Al final del piso, mujer joven a la que intento observar sin que
se percate. Me place verla fluir hacia el elevador, dictaminando que no es
ella, sino nuestro arrugado edificio el que retrocede; mucho place verla
perderse en la brumosa gente rodeando jardines. Quizás, quien retrocede… pues
el edificio siempre se transforma en humanoide. Malograda fábula... ¿Son o no
lo mismo? Negro parteluz sobre rostro alargado con trazos de Modigliani no
condenados a la guillotina, y ojos magistralmente dispersos. Cohesiva dosis
nostálgica saviando de oliváceo ánimo facciones, pecho, brazos, cobijada en
tejado inmejorable, piel, o sea, de suave persistencia. No hay ocasión en que
no salude apocada, a lo que correspondo lacónico, anticipando la peligrosa llovizna
emocional. Prudente no desinflar la burbuja. Las mujeres se han transformado
para mí en fuente de sensación contemplativa, estética estática; las observo
evitando recordarles rostros; mejor diluyéndolas en memoria abominable. Cuánta
idiotez los poetas recalientan en nombre de lo arquetípico... Si pudiera apresar
en Amelia la "belleza libre" de Kant, emancipada de juicios y
furores… Moléculas orates carentes de energía, o ánimos. Mi fracaso con las
hembras se origina en lo afectivo: desde ahí, invariable, resbalo hacia la
impotencia física. Soy incapaz de descifrar sus códigos de comportamiento…
Favorecido por el despacioso sendero estacional frecuenté par de burdeles
clandestinos, pero simplemente no pude lograr mi cometido al no estar el cariño
envuelto en la jornada. De nada valieron los mil y un estímulos de la ocasional
ramera. Esas mujeres (no sólo las del gremio, que conste, escribano) muerden
más que maman. Pagué caballerosamente ante su perplejidad: Nada que ver
contigo, querida; el problema soy yo. Es tu dinero; vamos, tómalo. Sagaz, lo
advirtió un flaco alcohólico con quien coincidí en uno de los pocos bares que
visité en mi primera juventud: Vaya tragedia la tuya, hermano; necesitas
copular con sentimientos. Combinación difícil… Eres un romántico, pero, por
otra parte, no deja de tener su lado positivo; eres hombre sensible, no una
bestia como la mayoría… Bebedor refinado, en discordancia con su desaliñado
aspecto, sorbió hipocrás en lo que yo le daba el tirón final al amargo buche de
cerveza germana. Una muy antigua compañera de talleres literarios -teníamos por
costumbre leernos nuestros cuentecitos de mierda; los suyos superiores a los
míos, cierto- manifestó con “ingenua” crueldad cuando la invité a salir bajo
pretexto de café con leche: Sé lo que pretendes. Mira, no te ofendas, pero yo
sólo veo en ti al escritor, no al hombre… Entiendo, respondí, ya que el hombre
en mí se desvanece soy, pues, un mito. Ahora sólo necesito descender del mito a
la bestia y quedaría cerrado el círculo. Ella al fin se mudó de Bajagracia.
Supe que nunca mantuvo una relación fija; al parecer no encontró la esperada
bestia azul. En fin, que más bien pronto me despojé de esas urgencias por ser -tenía
razón el despeinado flaco-, más romántico que lúbrico. Nunca amante
espectacular (sólo en mi cabeza); tipo más de atmósfera y detalles… Solamente
he mantenido acercamiento carnal integral con par de mujeres: mis únicas novias
“formales”. En la actualidad prefiero inundarme de documentales, música,
museos, lectura cuando la concentración lo autoriza. Comienza la ansiedad como
surgida de la bruma. ¿Por qué sigo pensando en la vecina? Tozuda mariposa
apresada por agujas, fingiendo revolotear... Vaya, a propósito de detritus
poético o su arcano inventario… Regresa la sensación de que me espían detrás de
la asfixiante pantalla. Inútil tapiar lo que acontece al otro lado. Hace días
que voy y vengo obsesionado con las gemelas Kessler... Soñé que las
entrevistaba en una estrecha habitación rapuzada por doce boas acolumnadas, de
tal grosor que apenas se filtraba la lengua de los focos verdes, y que, al
forcejear intentando escapar alguno de los tres (¿o los tres al unísono?),
mordía yo, creyéndolo huevo, el pomo de la puerta coralina mientras el lente
fílmico se astillaba impávido. Pomo de la puerta ahora cráneo de vidente cobra
que recibe telegramas de sulfuro por el buzón anal… Una de las cosas que me
aterrorizan es que un felino me sorprenda vigilándolo. Necesito la píldora…
Viene en camino un elefantiásico sifilítico digno de Rodin, o píldora meteorito
a punto de sacarme de órbita. ¿No debe ser lo contrario? El hombre avanza en la
distancia sin llegar. Hombre atento a la inmovilidad que se le escurre. Ojos
contra mar y cielo comprimidos desvían la mirada taciturna en dirección al
vallado de limón dorado, al rojo en cántaros dispersos. El cielo se convierte
en espejo del océano; el océano... Paralelos, pero en algún momento de descuido
-¿cuál, cuál?-el relámpago ocurre en el centro y restallan al unísono en la
aquí cabeza. ¡La píldora, necesito la píldora! Aparté las manos del teclado y
en la herida surgió un desfiladero primoroso. La sangre desbordada puede ser
perfecta… estéticamente. Se desprende de mis labios formando al unirse con los
chorros en los muñones del león un perfecto dragón de Java. Lista la pócima
tras chirrido de cucharilla en el acampanado borde tibetano del vaso. Anómalo:
mi violín torácico no presenta nuevas hendiduras ni perforaciones. Parece que
morí otro día, no hoy de madrugada. Regresa el Minotauro a su constelación y,
acaecida la taurina corrida, reconoce las várices del Mediterráneo reptando
sobre las sandalias de otro hombre. Cuerno, amigo mío, desfalleces, lo sé, y mi
lento brazo no sostiene gritos de socorro. Atiendo melancólico a la pantalla de
la computadora. Ciudadano: Se le acusa en primerísimo grado de intolerables
delitos: hipocondría, acrofobia, agorabofia, demofobia y ergofobia. Deberá
correr, sin vacaciones ni días libres por enfermedad, diez horas diarias
durante dos mil años, perseguido por el romo toro de Creta, el león de peluche
de Nemea, las hidras municipales ya miopes, las muy atléticas ménades, un tren
de vagones cargados de narices portátiles profilácticamente desactivadas y doce
cruces de sirope recubiertas para ser lamidas durante la obscena procesión. Se
le ofrece, no obstante, la opción de emprender desnudo la carrera; sépase, en
línea recta, sin recurrir a subterfugio de vereda y recoveco, aunque forrado de
salivazos corporativos. ¿Ha visto últimamente un afiche de cine checoslovaco?
No, pero me preocupa que la ley contra la vagancia entre en vigencia desde el
lunes. ¿Eso no ocurrió hace más de cuatro décadas? Esfuerza un
poco la memoria. Sí, pero se trata de la ley contra los nuevos vagos. ¿Acaso
vagos reciclados? El toro y el león, luciendo flamante gafas solares y fumando
hachís con sendos whiskies a su disposición, recomponen luna de miel en las
islas griegas. Para cambiar, Bogart viene hoy a beberse un capuchino. Soplé
cuidadosamente la hormiga que paseaba con su parasol por el fregadero; sentí
pena de lanzarla hacia la mesa al otro lado del abismo demarcado por baldosas.
Lejos de su entorno, ello la convertiría en indocumentada, y para colmo, sin
familia. Cuando la supe a salvo abrí el grifo y santifiqué manos. Cantaleta del
bien y el mal; mejor hablar de aciertos y errores, si es que hay propósitos
pragmáticos… lo cual no invalida definiciones usuales. Los ataques de pánico me
paralizan… literalmente. Empeoran debido a su ¿inesperada? condición
psicosomática. No mires hacia el espejo cuando hables. Rechazo los tumultos; me altera la
gente, no porque la odie. La prefiero lejos… A veces, menos, una inesperada
alegría me impele a simpatizar con cuanto ser humano alienta. Después, la
“normalidad”: la fobia social inalienable. No cede… Esta mente no me pertenece;
tan dolorosamente compartida que nos aprisiona sin asomo de piedad. Compartir
el virus. ¡Horror! ¿Cierto que la individualidad no existe? Observo el
polvoriento mapa de pared deteniendo la fecha del calendario a su lado. Diez
años. Imposible… Los calendarios son fósiles intentando devenir ¿acompasados? Imagino un tarro de basura
cayendo por la vertiente de otra montaña venenosa. Santorini en cuatro láminas;
casas recubiertas de cal con puertas azules. Rebaso la siesta de la vespertina.
Retroceder años significa reinventar la memoria. Grandísimo, panóptico
cansancio; energía desenfrenada por el viaducto que transporta carne
eléctrico-magnética. Tasar el mundo cual suplicio…
Hora de las píldoras nocturnas.
Locozepam (genérico de Locopin), Locural (genérico de Locotrigine) y Tranquilify
(esperamos con alborozo su genérico; el seguro médico sólo cubre éstos).
Veamos: Locopin en Estados Unidos, Locotril en Europa, Canadá, Suramérica. He
pasado sin detenerme del todo por muchos sitios intuyendo que pertenezco a
ninguno. ¿Dónde resido hoy? En Bajagracia… ¿Dónde se encuentra situada?
¿Permanezco en Bajagracia? Los he recorrido sin dejar que jamás me impregnen de
confianza… Locozepam suena bien; sólida fonética en oídos provinciales. Por la
mañana tuve cita con mi psicólogo, anciano afable en una colección de ancianos
afables… Rellenar momias con nombres inéditos… justificaciones. ¡Ah!, los
demás; o mejor, ellos. He soñado con el Yeti, pero no lo busqué en el Himalaya,
sino en catacumbas talladas a mordidas bajo los zapatos. Duermo con bagaje de
pesadillas, coitus interruptus oníricos; sueño aterrado, despierto inquieto,
regreso al sueño… Dormir, con o sin píldoras, es refugio perfecto, pero fatiga
despertar ante el ¿mismo? día. Hoy me levanté maldiciendo frases: Alguien me
ama (¿acaso seres anónimos sepultados en millones de recuerdos que pueden no
serlo?); Hay esperanza para el mundo; El amor nos reivindica. Abundan más los
buenos que los malos… Seamos serios, por favor. A esta hora el sol cede paso a
sombras despintadas y fachadas de remolachas gemelas, dejando atrás docena de
torcidos muros y discrepancia de canteros. Tras el café de sabor a llanta me
dediqué a clasificar las píldoras semanales y distribuir las restantes
fotografías de calendario a lo largo de mi habitación. No describirla;
suficiente con decir, por el momento, que permanece prolija. Le facilito el
trabajo a la seria empleada semanal enviada por el Seguro Social para la
limpieza. Clasificar píldoras es el mejor bosquejo de la masturbación. De nuevo
la confusión entre sujeto y objeto. Por el momento, el entero cuerpo es volumen
apergaminado, docenas de escleróticas frases; cada llamado año acredita grácil
movimiento articulado página; la entintada letra, mediante sus estilos sobre
Yo, recompone órganos y músculos, desatasca arterías. La cabeza, fracción de
apolillada carátula vacía. Los pies, asteriscos que olvido revisar;
oligofrénicos, reacios al fusilamiento cívico. El maldito libro es resistente:
no se deja escribir; ellos corren desenfrenados allá adentro, apresuran vidrio
sobre mi cabeza, amenazan con el manicomio. Apúrense que falta poco y no
pagamos horas extras… El edificio amenaza derrumbarse. Recordé a Miss Havisham,
la solterona plantada el día de su boda en Grandes ilusiones, de Dickens, por
intentar con el calendario algo similar a lo que ella hizo deteniendo el reloj
en la exacta hora del humillante abandono de su pretendiente. Inadvertidos
venablos de reloj. Me engaño, creo más de lo debido que la percepción de agujas
no decide la velocidad del tiempo, o quizás debo decir movimiento... codificado
por quién o qué... o ¿por qué? Dormir, con píldoras o sin ellas, es el refugio
perfecto, pero me aterra despertar ante el día ¿diferente? Hoy desperté odiando
la vida en cada deposición, o tránsito, con perpetuo papel de lavanda y
cepillazo en los colmillos lechosos. Dormir olvido para despertar con
mansedumbre muscular o hálito de alivio. En el presente instante me siento más
vigilado que otras veces; observo por las dos ventanas desde el piso abocado al
jardín de buganvilias. Hacia allí, la curva playa, apenas visible parapetada en
las cúpulas del Ayuntamiento, rodeadas por no leales discotecas. Panorámica lo
mejor posible resguardada ¿acaso no me ven ustedes?; soy aquél, sí, aquél escondido
en la juntura opaca del espejo. Fíjense cuidadosamente. Salto tras la puerta al
oír pasos crujientes marchar desde el ascensor y la escalera. Hay una mujer
joven al final de mi piso a la que observo complacido... Verla alrededor del
ascensor, cuando se aleja haciéndome creer que el cementoso edificio, como
turrón a punto de disolución manchega, retrocede en neblinosa gente de
jardines. Compendio del alcance de los otros -o los demás; sigo indeciso antes
los términos-, con sus lacras ostentosas en mi vida o las míos en las de ellos.
Nuestra cínica época ha popularizado a los deseosos de exhibicionismo; me
incluyo: soy una puta esperando en fila otro “casting” de telenovela o falso
“reality show”. Elaborar un diario, como lo acometo, supondría desglosarle
papiros a la hipófisis manipulando inventarios más que añoranzas y recuerdos.
El edificio huele a y parece un búnker. Las píldoras me han sacado de
circulación; me han puesto en cero... o nuevo cero. ¿Posible? El calendario…
Faltan años ahí; o no ocurrieron o se perdieron en camino a otra dimensión. La
obscuridad obsequia blancas manchas de autos rebotándolas contra el techo;
inacabable juego de ping-pong. Permanezco más de lo estipulado frente a la
ventana tóxica. Portazos automovilísticos ocasionando asco, pues los percibo
adentro. Lo digo ayer, no lo dije hoy. ¿Me vigilan? Insultante asedio. ¿Lanzado
contra mí?: ¡Vigilar el animal! ¿A qué edad te llevaron por primera vez a una
sesión? Déjeme recordar… Doctor, si no traiciono mis recuerdos, creo que asistí
por primera vez a terapia con seis años debido al pánico que me ocasionan los
ruidos y a tratar de esconderme de familiares y, subsecuentemente, de los
compañeros escolares. Pero, fui al principio uno de los mejores alumnos del
achacoso plantel: calificaciones con puntajes de no menos de noventa y nueve o
noventa y ocho (por cinco años consecutivos se mantuvieron en cien, ¿no la
parece extraño?), condecoraciones anuales, diplomas nacionales, asistencia y
puntualidad intachables. No obstante, un día de caluroso enero, jamás lo olvidaré,
por ser el mes de mi terrenal onomástico, ocurrió el espantoso anuncio del
naufragio: sin motivo alguno me arrasó un histérico ataque de llanto, preludio,
sí, a la horrífica sospecha de que las piezas no encajaban en el rompecabezas
vivencial y de que haberlo descubierto sería la maldición de esta mente en
striptease depravante. Rompimiento fatal… Imagine a un pintor que le quitan la
escalera o a un tullido sin muletas: la distancia contra el suelo se hace pavorosamente
inmensa. Da la impresión de que en vez de estrellarse se termina hundido en la
sonriente masa. Si se me interpele sobre qué detonó tal conducta estoy obligado
a replicar que la respuesta queda fuera de mi anquilosado alcance. Desde aquel
desconcertante, perverso momento de falsa revelación -sí, porque me inundó de
inclaridad- nada “recuperó” sentido. Observaba paralizado avanzar eufóricos a
mis compañeros, con preocupación alarmante por parte de mi madre y profesores,
sin poder intentar siquiera apresurar amagos, y lo que es peor, sin que en algo
me importase; arrojando tal actitud el que me convirtiera en una de las mofetas
académicas del plantel. Además, cómo olvidar la violencia física. Nunca tuve
habilidad de peleador. Me repugna la brutalidad; sin embargo, estoy repleto de
ira contenida… Paradójico, ¿no? Por cada tortazo o bofetada que tiraba recibía
diez. Buenas golpizas gané a manos de los resentidos… Manos sucias de tanto
maltratar el mundo. Yo era magneto que atraía los peores bravucones de la
escuela. Sólo una vez pude acertarle, de chiripa, a un miserable que me
abofeteó haciéndome saltar los anteojos; el tipo no esperaba -yo tampoco, lo
confieso- la respuesta y fue tarde cuando reaccionó al recio golpe que le solté
en pleno rostro dejándole la cabeza como reguilete. Yo no gustaba; se habrá
percatado… Ni siquiera disimuladamente escondido, tratando de mantenerme ajeno
al alboroto, lograba pasar inadvertido. Era el típico bobalicón al que siempre
hay que joder, según la inveterada regla de la “convivencia” escolar. Mucho me
resentían por negarme a participar en sus aberrantes intentos de comercio
social, o sea, deseos de triturar al prójimo para satisfacer bajeza de
emociones. Papá nunca se complicó con esa recién adquirida, impávida conducta
que desarrollé a partir de la resistencia pasiva con respecto al estudio: No
hay que forzarlo. Déjenlo en paz; ya encontrará su propio camino en la vida.
Tipo desenfado mi padre; qué no hubiera dado porque igualmente me importara
todo un reverendo carajo. Pero, al paso que va el niño se meterá en un callejón
sin salida…, insistía desorientada mamá. Bueno, pues déjenlo que se quede ahí y
ya. No lo molesten, concluía nuestro padre en vía hacia cualquier área de la
casa que lo librara de la posible discusión. Llevaba certeza el viejo: a esta
altura todavía no he encontrado camino alguno. De adolescente recibí
tratamiento regular, pero su fracaso me remitió a la aborrecible terapia de
grupo, mini Torre de Babel de la cual deserté a la segunda sesión. Hay que
estar mal encaminado, por especialista que se sea, para aglutinar un grupo de
desajustados emocionales bajo el mismo palomar, so pretexto de interrelación y
enfrentarlos como en un coliseo. La explosión de circuitos es inevitable.
Observo a través de un lente, me observan a través de otro, pero el envilecido
encanto del proceso se justifica por disimulo en la ignorancia. Qué
esperpéntico gallinero. Los binoculares me han permitido verlo: en el jardín
una lagartija surgida cual relámpago de la foresta en miniatura se lanzó sobre
una cucaracha que se paseaba satisfecha y cargó con ella mientras procedía a
engullirla entre sacudidas metálicas. Lagartijas, docenas de escalones más
arriba, se ocultan en los resquicios del aire acondicionado por mi ventana
sometido. Sufrí parálisis emocional al divisar a una de ellas asomar su
aplanada cabecita e inflar abanico de mamey mientras veía a su igual depredando
allá abajo y dirigirme una no fugaz mirada del otro lado del cristal. Esa mujer
que se libera de sostenedores me preocupa menos y dejo caer la cortinilla de la
ventana. ¿Qué que me aterroriza? La visión de una ensalada descalza.
LA CONSULTA
El psiquiatra es idéntico a algún maduro
barítono de zarzuelas: Alto, ancho, lustrosos cabellos; discreto, voz
resonante. Un caballo dice: Parece impostado…De pronto -o no tan pronto-, el
cabello se desploma sin aventurar relinchos. El psiquiatra -o el caballo- no
interrumpe anotaciones. Hojea mi vida resumida en expedientes, pasajes,
caminos, toses, guiños, pasadizos. Cubil con pinturas de histéricos colores y
las peceras que me recuerdan el viejo calendario habitación. Doctor, estas
paredes, y en especial los peces, me recuerdan los cuadros de Klee. ¿De quién?
De Paul Klee. Ah, sí. Gracias; ¿bonitos, no? Y muy terapéuticos; agrega,
anotando, revisando, revolviendo de norte a sur el expediente. Ya pasó el
instante… ¿Estoy ahí? Intuyo que ese dossier es mi habitación, pero con nuevo
intruso inoculado a la garganta; me acerco curioso para cerciorarme de ser yo,
no un impostor. La ya aplanada habitación es doblada meticulosamente por las
enguantadas garras. Imposible despegar los brazos del cuerpo. ¡Cuidado! Nunca
asumir que puedo desdoblarme en otro… u otros. ¿Ka egipcio o doble etéreo?
¿"Gemelo malvado"? Temido alter ego, el doppelgänger… Tranquilify me
provoca dolor de cabeza, taquicardias, sueño. ¿Continúas teniendo las visiones
terroríficas antes de dormir? Las tengo, pero sin secuencias específicas.
Bueno, te prescribiré el resto de las habituales y cambiaremos esa píldora por
otra de la misma familia, pero mejorada: Trenvega; notarás un descenso en los
efectos secundarios. Puesto que no está cubierta por tu seguro y por el momento
carece de genérica, te daré algunas muestras al igual que hice con la otra.
Gracias, doctor. Tranqulify y Trenvega, ¡cuánta ternura! Dos bebés aún sin sus
clones, los genéricos. En general, noto que los medicamentos te han balanceado.
Sí, al menos no tengo sensación de montaña rusa... no me disparo de la
depresión a la ansiedad y viceversa a tanta velocidad. Un carrusel a otro
ritmo; no la sensación de penetrar en un museo de arte atestado de extensos
lienzos y estatuas -el sofocante Palacio Pitti de Florencia, por ejemplo- que
evado sin premura, aunque con apresurado disimulo. Estas me colocan en un museo
claro, espacioso, ordenado… un museo que provoca la sensación voluptuosa de
partir de y regresar a mí… como la Galería de los Uffizi… No sé si lo explico
con la precisión que intento. Entiendo, entiendo; observa escarbando menos en
mi presente que en mi historial. No entiende ni cojones; lo sé, pero no lo
admitirá. Al fin deja la pluma, cierra o pliega casi con disculpa el expediente
antes de evaluarlo y depositar en mí su mirada de árido revoloteo: Es una
condición indisoluble de ti: padeces un desorden bioquímico, por lo que tienes
que bregar, o mejor dicho, tendrás que seguir bregando con ella de por vida.
¿De por vida? Así es; las píldoras ayudan, lo compensan, pero no ofrecen una
cura. ¿Origen genético, doctor? Indudablemente influye, pero el asunto es más
complicado, y evasivo retoma la brillosa pluma azul sobre la remesa de papeles.
¿Más complicado? No entiendo que quiso decir. Al fin pude vender el automóvil
por un tercio de su valor a uno de esos mercaderes que como pirañas acechan
desde la acera oblicua. Ni siquiera resisto calles algo congestionadas; menos
las autopistas repletas de vehículos: arañas trepándose entre sí. Autopistas.
Extendida comezón abruma este organismo; lo mismo que ver a una larva
(nacional, estatal, local) en campaña. ¿Psicosomático? Larva con diferente
rostro, mismo discurso. Sí, a veces creo que la gente, ¿toda?, se repite con
diferente máscara. Dígame, doctor, ¿usted cree en la democracia? ¡Por supuesto!
Es el sistema ideal: todos somos iguales; y así dicho, se prepara para hundirse
en el próximo expediente. Pídele cita a mi secretaria para el mes siguiente,
entre los días veinte y treinta. Ella, diminuta rubia de falda encogida que,
curiosamente -¿por qué no resolver el problema usando una más larga?-, se
empeña en estirar con desesperados retortijones dignos de Lady Macbeth al
limpiar sus manos asesinas, hoy más al filo de la displicencia, cuchicheaba con
una apergaminada paciente asegurando haber probado Locopin (¿o dijo Locotril?),
o Locozepam, y su afín Locax, prefiriendo éste por ser de efecto fulminante:
Huy, pero qué "nota" más buena, mi amiga. Al verme llegar cambia el
tono profesionalmente: ¿Le parece bien el día veinte, señor? Sí, gracias.
Conque señor, ¿no? La vieja puta pastillera es por lo menos una década mayor
que yo y tiene el descaro de llamarme señor. Autobús de vuelta. Resido en un
ínfimo departamento de bajos recursos; de lo contrario viviría bajo un puente,
sobre un banco, entre la maleza, en la casita, o cabaña, detrás de la casa de
mis padres; la que habité por años para estar “junto pero no revuelto” con la
familia, y que ahora ocupa tío Eduardo; el “loco oficial” de la familia.
Durante el trayecto leí bastante, lo que me entretiene, aunque con pobre
capacidad de asimilación, cuando asisto a la consulta psiquiátrica. Me sustrae
de pacientes en su malsano desborde locuaz. Cierta vez una panzuda estuvo
hablando en la sala de espera sin probar un trago de agua durante dos horas
dando detalles de su pestífero quehacer cotidiano, del familión -énfasis en los
nietos; ah, los nietos. No les basta con malgastar sus propias vidas y
necesitan abortar las ajenas-; ¡pero cómo carajo se puede disponer de tan
prodigiosa energía! Extenuante, al extremo de que, a pesar de ser ella quien
hablaba, se me resecó la garganta. ¡Agua, agua, atravieso el Gobi! ¿Sería ésa
la vieja que murió estrangulada por el nieto que le robó dinero para comprar
una bolsa de marihuana? Se parecen; recuerdo la imagen en el televisor… Pero,
hace mucho tiempo… En otra ocasión perdí un turno y en vez de solicitar el
próximo por vía telefónica cometí la idiotez de presentarme en plena madrugada
un día en que aquéllos se otorgan por orden de arribo. Los pacientes pastaban,
a las tres de la mañana, en función de desayuno con panes, huevos fritos,
jamón, leche, cereales, y jugos, mientras el aroma a café se desprendía haragán
de somnolientos termos. El vapor, similar al de la lámpara de Aladino, no
quiere que lo jodan: ¡No me interrumpan la siesta, coño! Ustedes sólo piden
idioteces. ¡Egoístas! ¡Ni al café dejan dormir en paz los bribones! Llegué
frente al doctor ocho horas después. Hacer fila para conseguir un turno
psiquiátrico. Eso solamente, lo aseguro maravillado, se puede ver en
Bajagracia. Debo cambiar de psiquiatra. Por el momento intento describir un día
típico en mi peregrinar. Despierto a cualquier hora, muchas veces al amanecer,
y permanezco largo rato mirando el techo con la mente, como pantalla de
computadora: lista para redactar edictos, o reconociendo el departamento -en
realidad habitación; ocupa una pieza, exceptuando cocina y cuarto de baño- lo
que define mi entrada en el inexorable día... ¿ramificado en millones, o
millones que convergen en Uno? Nuestra civilización lleva siglos comiendo
mierda al respecto y, por lo inferido, así se mantendrá. ¿Si la cámara ejecuta
travelling de avance nos reintegra a "Dios"; si ejecuta uno de
retroceso nos expulsa de su seno? Debo averiguar si pudiera convertirme en
cineasta gnóstico. Es una profesión bien cotizada. Llegar a ser... Potencia y
acto aristotélicos, ¿no? Que importa. Labor titánica intentar descifrar la
elusiva entelequia llamada mente… La distracción es traicionera. Este mes se
han quemado dos ollas rezagadas en la estufa y tres platos explotaron sobre una
hornilla. Cuánto ruido allá afuera… Me gusta el silencio, pero incompleto:
partitura con notas en falso… Extremo cuidado o incendiaré el departamento
conmigo adentro, y terminaré, por ende, en una siniestra jaula mental y, una
vez “recuperado”, mezclado con docenas de orates catatónicos que se apalean a
trompicones y zapatazos o fuman tres paquetes de cigarrillos diarios o beben
veinte tazas de café o se dan una segunda ronda de palos o siguen fumando, al
igual que Sísifo, el gran tabaco de la vida. Le tengo pavor a los manicomios.
Las atrocidades que ocurren allá adentro… Conque según Albert Einstein Dios (el
suyo, o el que sea) no juega a los dados… Peor: juega al billar con nuestras
cabezas gangrenosas.
RUTINA
Bueno, levantarme es lo más complicado y
arduo del día, aunque hacerlo temprano es costumbre heredada de mi época como
mensajero de papelería para bancos y compañías de seguros. Exacto: como
deleznable lacayo de los poderosos. Cuando no se es esclavo de los comunistas
se es siervo de los capitalistas. Tal afirmación suena simplista, lo sé; pero,
descartando cualquier premisa ideológica sólo veo dos clases de hombres: los
que someten y los sometidos. Leones y borregos. Ah, pero no todo está perdido.
Existe una ínfima alternativa: el hombre marginal, más o menos nihilista, quien
no se alinea ni con unos ni con otros… O por lo menos así él lo cree. La
caravana mañanera se inicia: sacro aseo, rociar el pesimismo con hisopo dorado,
lavar y relavar articulaciones compulsivas, lanzarme agua rencorosa, cepillar
férreamente los dientes, dejarme ir entre orbes, cuestionar más y más ventana
insomne. Desayunar lo que no exija complicaciones: huevos hervidos, jamón de
pavo, tostada con queso crema variado (salmón, cebollinos, vegetales). Arrecia
un CD de lluvia y tormentas; yo, artísticamente reclinado en el sofá bajo pose
de existencialismo baratón. Amanecí en la habitación acolchonada. Estuve o
estoy en ella. La luna viaja sin miel por la ventana izquierda, regresa en
búmeran por la derecha. La identifico. ¿Nunca se ha ido o lo aparenta? Adherida
a mis pupilas... Las apariencias… Verdad que ese punto nunca queda elucidado.
Después la tanda documental de animales, geográficos, turísticos y películas
antiguas (las ancladas en cuatro o cinco décadas, sobre todo las facturadas en
estudio con su sentido mágico, acogedor; soy adicto a las silentes de las que
poseo varias y repito cuando me harto de hablar conmigo mismo en voz alta) en
un canal de cable, aunque rento de la biblioteca pública. Tal actividad me toma
hasta el mediodía en que, con peor desgano, acometo el almuerzo. La hora del
baño se hace tortuosa, pero ya que me repugna la suciedad me lanzo heroico bajo
la ducha. La risible heroicidad sólo nos adelanta varios pasos hacia el
sepulcro. Gusto del agua; me atormenta no creerme parte de su efluvio. La
capacidad de concentración en la lectura se extingue sin piedad; releo cada
página varias veces antes de condensar en una frase lo recorrido por los ojos
recelosos. Me exijo: Debo retener esta frase, tal vez nunca la vuelva a leer en
la ¿presente? vida. Igual con las imágenes. ¡Se escapa el símil! No importa; es
irreal. Los símiles sólo sirven para el arte y la literatura… ¡No, coño, que
no! Todo existe: depende de nuestra relación con diversos planos o niveles de
realidad... ¿Todo intercomunicado? No te metas en pretensiones hegelianas que
no te va. Llevo días preparando la lista de empleos que he soportado en mis
tortuosos años laborales. Rebasa fácilmente la cifra de cuarenta… ¿Periódicos?
Información manipulada. Evito a todo trance los noticieros televisivos. Imbécil
la pandereta gestual de algunos presentadores con guiños a la cámara y
optimismo de manual de superación personal, dándose las gracias unos a otros en
rondó desvergonzado, o llamándose por sus nombres como si transmitieran las
noticias entre ellos y no al ingenuo público. Repulsivo verlos expresar
“mejores deseos”, “enhorabuenas” cada vez que a un infante inválido le es
donada una silla de ruedas o se recaudan varios millones en uno de esos
maratones que sirven de pedestal megalómano a los que almacenan el billete o
cuando los pobres –eufemísticamente, “los más necesitados”- comen caliente una
vez al año gracias a “filantrópicas” organizaciones, o cuando en el asqueroso
día de los reyes magos un corro de niños recibe regalitos de los “caritativos”
miembros de la sociedad, que no pierden la oportunidad de ser convenientemente
fotografiados en no fingida pose de rameras enjoyadas para otro álbum de burdel
municipal. Así, muy bien: a limpiarse la conciencia con papel sanitario. Pero,
¡cómo cojones se puede ser tan impúdico! Entre tanto se mantienen el desempleo,
hambre, delincuencia con la anuencia tácita del gobierno (cualquiera),
impuestos, alto desprecio por las artes (menos las vendibles). No concibo el
arte en manos privadas -a menos que el propio artista decida lo opuesto-;
debería ser patrimonio de museos públicos. Deslealtad, cinismo y codicia nos
asolan. Son los peores síntomas de nuestra civilización. Ay, cuánta, cuánta
ingenuidad… ¿Por qué no aprendo? Este mundo está de cabeza. Algunos lo
enderezan con botellas de licor, otros con píldoras… muchas. Necesitamos
¿retribuirle? su legítima perspectiva… Difícil mantenerse alerta ante la
marejada de escoria que nos ha ido tragando poco a poco, paciente, impávida, a
la deportiva usanza de la boa que termina enroscándose en sí misma. Mortalmente
circular, que nunca rectilínea, como el tiempo, o lo que se admite como tiempo
siendo o no una invención de la mente. Todo esto es un relajo… Imposible no
ceder; soy un enfermo cuyos reflejos han claudicado bajo la inevitable cuota de
cotidiana infamia. Bueno, si eres capaz de comprender que eres un enfermo estás
lúcido, afirmó un jovial psicólogo bajo aspecto de lechuza beisbolera hace dos
décadas. Pero si no soy capaz de remediarlo estoy loco, aduje con desconcierto.
Durante mis juveniles etapas de ansiedad, cuando nadie lo hacía, me dio por
fumar puros, dejarme crecer la perilla y recortarme el cabello en radical contraposición
a los melenudos contestatarios, aquéllos que no si no explotaron de sobredosis
alucinógena descansan cómodamente en las costillas de su claudicación. Al
aparecer el demográfico ganado con tales atributos cambié radicalmente de
apariencia. A cada rato olvido cerrar las puertas de gabinetes y nevera.
¡Cuidado con la nave corsaria beatificada manicomio! El manicomio navega
sigiloso en busca de botín humano, prepara los afilados dientes de su moledora,
forcejea espacio en la lentitud de mazmorras mercenarias. A veces creo, no
fervorosamente aterrado, que mi familia... o, no, la ciudad completa es refugio
de una peligrosa especie con fachada humanoide. Creo que estoy rodeado por
androides… ¿No llevan tiempo hablando de marcianos reptilianos? No jodas con
esa paranoia de ciencia-ficción folletinesca y teorías conspirativas. Alerta,
hasta que la patológica capacidad de desconfianza se apague. En la actualidad
de ¿mi? vida no me interesa el licor y puedo considerarme asexual, lo cual no
ha sido difícil pues, según lo manifestado, sobrevivo sin ardores excesivos.
Para semejante "prodigio" no necesité iluminarme en alguna secta
mística; me dieron buena ayuda el hastío... y las píldoras. Nos arrebatan una
dependencia, nos oficializan otra. Irremediable decreto: el órgano sexual está
destinado a la gloriosa reproducción, pero ya que no tengo hijos, desempeño con
loable seriedad una actividad no por modesta menos importante: la micción.
Cuando alguien pregunta sobre mis ocupaciones y respondo que nada hago insisten
alarmados: ¿Nada? Como que nada… Orgulloso enfatizo: De eso se trata, de no
hacer nada. Para un ciudadano cabal estar inactivo es un pecado; si no hay algo
qué hacer, lo buscan. Los retirados se sienten culpables de enlodarse en la
pereza, por lo que se levantan al amanecer, se colocan las dentaduras postizas a
la usanza del caballero con su armadura y se dirigen a beber café servido en
las esquinas por camareras con aroma a espumosa leche argamasada en perfume vulgar
y residuos de servidumbre en la vagina, sin jamás parar de hablar mierdas.
Buenos días, Juanita… Buenos días; ya se le extrañaba por acá. ¿Qué se cuenta,
Bertica? Bien, y ¿usted? Aquí, ¿no me ves? Entero como un roble. ¿Café? Sí, ponle
más azúcar, que a ti te sobra dulzura. Usted es algo serio, Pancracio. Se lo
voy a decir a su esposa… Son una plaga sin visible cura. Dudé en escribir:
hacer nada, pero "no hacer nada" resuena mejor. Por suerte la
depresión se acrecienta en estos días, reduciendo los ataques de pánico que me
incitan a salir corriendo. Con ropa o sin ella, desesperado. Vaya consuelo.
Correr sin detenerse, en frac o en pelotas, es lo único que de veras cuenta.
Vivo escapando. ¿De qué? De la transformación extraña del mundo, de la gente,
de mis trastornos. De poco valen las inmovilizadoras correas del sueño o los
efluvios de la droga si esta errática mente siente que debe huir saltándose
barreras. Porque yo nací con miedo, ¿sabe usted? No puedo parar de moverme
huyendo de la persecución. Hay gente que se paraliza; yo corro. No sé en qué
dirección, pero corro… Según los chismorreos en la sala de espera el tipo guapo
y moreno que organiza discretamente los archivos y siempre sale del consultorio
al comienzo de cada sesión es amante del psiquiatra. Arrastra cierta blanda
rudeza; creció en una granja y necesitó viajar a la ciudad para pulimentarse y
tomar algún cursito inherente a las terapias. Hizo lo correcto, ya que es
laborioso y se muestra reservado con los pacientes. Ambos deben disfrutar mucho
sus viajes internacionales… Los imagino untándose bronceador en Hawai este
verano de miradas apetentes. La secretaria del psiquiatra parece bastante
calentona. La veo restregando sus tetas contra el huesudo hombro izquierdo del
marido, nervudo obrero de la construcción pronto aburrido de baratas
seducciones. Ya no la soporto…, no puede él evitar su celeridad de
pensamientos. La otra, la vieja confidente, cizaña de antesala, pellejuda que,
hipócrita, la difama aliada con otros erráticos pacientes -no olvidar al
ruidoso de pelambrera rojiza que insiste siempre en meter la bicicleta en el
consultorio-, vive con dos hermanas, vírgenes apergaminadas por toda rotonda
fraccionable, es masturbadora solitaria; lo proclaman sus cabellos grises
tozudamente enmarañados en el pubis-eslogan de la moralidad.
LA BESTIA
A propósito de píldoras, Marta ¡me acusó
de intento de asesinato!, dañando de una vez por todas nuestras raquíticas
relaciones, tras consumir los ansiolíticos que le obsequié (sana intención de
mi parte, lo sostengo), con afán de disiparle la agitación causada por un
accidente automovilístico cuya total responsabilidad le correspondió a un viejo
cegato que le hundió el vehículo por la mitad después de arremeter contra un
banco de la parada de autobús y casi aplastar a una pobre embarazada. El
despistado anciano, en silla de ruedas por la descojonación que provocó,
seguramente sigue desayunando rosquillas tan tranquilo. ¡Creí que no me
despertaba; casi me matas, criminal!, clamó frenética la arpía ante el clan
familiar con trasfondo de insano carnaval parlamentario. Es peligroso ayudar
así a la gente, pero uno utiliza los modestos recursos a su alcance. ¡Eres un
irresponsable, un peligro público! Qué jodida está Marta; me importa tan poco
la mentecata que ni deseos de insultarla provoca. Prefiero no mencionar las
crisis hipocondríacas, pues ya bastante tengo cargando la bipolaridad. Vacío
altar para ser llenado por otro ídolo. Vivir o no separados de la Entidad, o
entidades. Estando ansioso busco el antropomorfismo; cuando depresivo, lo
impersonal, o la Nada. El sueño me abstiene de lo restante. Tiendo a preguntar:
¿Destino o libre albedrío? Nada de eso: ¡Azar! Sí, estoy peor de lo que
imagino: asexual y a la vez exhibicionista. Oh, ansiedad, predominas esta
mañana sobre la depresión. El cambio de una a otra requiere de semanas, pero en
ocasiones, de segundos. Cada objeto me acecha temporadas; el animismo
contribuye a tambalear la "capacidad" de lucidez. El aparato
televisivo es un receptor espía más, implementado para mi perdición. Cuidado,
si te tachan de loco estarás perdido. No es lo mismo ser declarado demente que
perturbado funcional. ¿O sí? Recuerda que, correctamente medicado, un bipolar
puede insertarse en sociedad, trabajar… ¡No, trabajo no, por favor! Torneo de
elucubraciones. Entretanto, el vapuleado chaleco fisiológico trata de ajustarle
tornillos a la personalidad destartalada. Llovizna la tarde; el día soleado
desmorona filamentos; lienzo de brillo acontece su despaciosa cercanía.
¿Cuántos pares de ojos plegados sobre las brumosas máculas de mi computadora,
bajel cofre de palabras? La gente es escurridiza; sombras que se diluyen para
recomponerse en otra área de la galería óntica. Uso la Internet, no obstante el
terror que representa sentirse vigilado desde el espejo opuesto. Al sentarme,
el almohadón emite su quejido flatulento. Documental sobre Africa. Un tropel de
cebras atraviesa el río repleto de cocodrilos luchando con denuedo por llegar a
la orilla opuesta, lo que consiguen a salvo, excepto una infeliz que emerge con
el vientre convertido en desfondada bolsa de supermercado. Las vísceras caen
sobre las insaciables cabezas de atacantes que se muerden ¿coléricos?, mientras
la cebra infeliz se derriba a sí misma, vacía, en la orilla. Apena ver cómo se
acomoda con delicadeza, casi con elegancia, para la muerte; sus líneas
desteñidas conforman diseño de empanada, un dantesco crucigrama. Infestada
cáscara frutal. No olvidar que la salvaje destrucción de ésa le permitió a otra
cebra conservar su vida cuando los cocodrilos, distraídos por la ruidosa
irrupción de aquélla, la dejaron escapar confusos. Pechugas de pollo adobadas
con limón para el almuerzo. Asqueado, decidí hacerme vegetariano, pero no estoy
preparado; quizás nunca lo esté. Presiento que de ser posible alguna mejoría en
el humano debería generarse a partir del vegetarianismo, cuya premisa no sólo
corresponde al Oriente. Cómo es posible que se pueda viajar la vida
alimentándose de animales muertos, y lo peor: provocando sufrimiento en esas desvalidas
criaturas. Solamente el barniz tecnológico nos separa de los trogloditas. Y
después se quejan de tener el sistema digestivo hecho un desastre. Pertenezco a
una cultura carnívora; demasiado tarde. Suenas sentencioso. Sí, y ¿qué? Soy
cándido… Mejor cambio el canal y veo un tour. Hay animales que matan sin
necesidad alimenticia. Realmente pavoroso. Por ejemplo, tiburones que comienzan
engullendo a sus hermanos en la matriz (¿me equivoco si digo que lo vi en un
documental sobre el tiburón Arena?). No pocos atacan por gusto cualquier cosa
que se mueva, incluso, previamente ingerido el sustento para la jornada, aunque
muchos "expertos" -los insufribles idiotas optimistas que nunca
faltan- afirman que los estilizados escualos no atacan al humano sino cuando se
sienten amenazados; cuando ¡sienten estrés! Otro documental mostró algo
inaudito: un macho en su paroxismo sexual mordió a la hembra y la dejó
sangrante a merced de los circundantes tiburones que la despedazaron con
veloces dentelladas. Ah, el pez tubería macho -especie graciosamente
emparentada con el caballito de mar-, que, por cierto, asume el embarazo, engulle
los hijos que carga mientras mamá se dedica a otras funciones: rastrear comida
con sus cupones de descuento, ir a la peluquería, chismear por el barrio coralino.
Cuando regresa le quedan pocos, o ninguno, hijos. ¿Qué del incesto y la
homosexualidad entre animales? Para que vean que las reglas pueden doblegarse.
Leí que un lobo se suicidó por ser excluido de la manada: se dejó morir de
hambre. No jodas; eres un mitómano de atar. No, no, te lo aseguro. Y todavía el
prepotente hombre cree poder tener control sobre la maquinaria genética. Si ha
logrado clones es porque dispone de la materia para ello, no porque la haya
creado. ¿Quién o qué instauró la violencia; ya en serie, ya casual? Violencia
más en serio que en serie. Sí, muy en serio. ¿Acaso alguna deidad
antropomórfica deleitada con sus abominables creaciones? Me atrae y a la vez me
asusta el deísmo; divertido un dios jodedor que nos crea y se desentiende del mundo.
Monstruoso divertimento. ¿Un qué accidental? ¿Víctimas de un sistema de causas
y efectos? Todo es todo pero a la vez no lo es. Garabato ¿mental? Conque el
orden del universo... Desde la azotea de mis padres fui testigo: en la de
enfrente, la del edificio de Madame Ramona, una gata recién parida devoró hasta
la mitad una de sus crías dejándola hecha títere con sólo cabeza y patas
delanteras. En casa de un ex compañero laboral de papá -que terminó explotándose
los sesos con una escopeta de caza por razones nunca esclarecidas- vi a una
perra convertir en albóndiga a un cachorro de su propia cría que ni siquiera
pudo abrir párpados ante los horrores de este mundo. Alcancé a oír huesos
triturados por las mandíbulas maternas. El dueño la atacó a patadas,
reventándola ante nuestra espantada presencia; la enterró en el jardín y
conservó los restantes cachorros, que crecieron sanos e inofensivos. Papá se
distanció del tipo poco a poco: Es una bestia; un hombre peligroso… Hay pájaros
que se comen sus propios huevos. En eso cuenta el espécimen sobre la especie;
la individualidad de lo supuestamente irrepetible. Otro evento no abandona mi
psiquis bajo estado de sitio: Cierto millonario amante de los animales, adoptó -sí,
legalmente-, en su finca un dormilón bebé de tigre al que alimentó con
gigantescos biberones de leche y arrobas de carne cocida. Garras y dientes
desafilados con requerida regularidad. La más cara manicure del bulevar selvático.
El peligro existiría si probara carne cruda, pero como eso nunca ha sucedido es
una animalito inofensivo, en estado puro; afirmaba el idiota. La
"inofensiva" fiera dormía en su jaula-habitación con aire
acondicionado, junto a la mansión, descansando entre almohadones y música de
Copperini, Chopin y Mahler. El majestuoso tigre (rey de la selva en el opuesto
vecindario de la frontera ecuatorial), blanco con ojos azules, en
contraposición al típico amarillo de iris verdes, alcanzó casi quinientas
libras, creciendo afín su irascible temperamento. Una tarde, la más apacible
del primaveral afiche, el tigre paseaba con su amo por un jardín rococó,
similar a los amados por Watteau, y se detuvo a mirarlo fijamente (al hombre,
no al jardín; ¿o miraría a través del llamado tiempo?). Relataron los
empleados, parapetados detrás de ventanales con enmohecidos barrotes, que el
tigre parecía una estatua de granito frente a su “dueño” cuando,
inesperadamente, un coreográfico ataque de furia lo lanzó en espantoso ralentí -cámara
lenta, dijeron- sobre la figura humana destrozándola en segundos. ¡Imagínese un
gato haciendo trizas un muñeco de papel!, narró a la prensa la escuálida ama de
llaves en pleno ataque nervioso. No lo devoró, tuvo razón el hombre, pero dejó
un catálogo de miembros sobre los que giraba y giraba rugiente hasta al fin
apoyarse aterrado contra sangrantes andamiajes. Quizás sufría bajo la nieve de
piel aprisionada en trazos escapados de la noche; los ojos mordían giros que
tal vez le evitaban detenerse, o morir. Dormido por varios disparos y
sacrificado. La herencia del hombre recayó en las “mascotas”, y por ende, en su
madrina, la fiel ama de llaves, responsable de monos, perros, gatos, cotorras,
zorros, iguanas, serpientes. La señora veló celosamente por los animales en un
castillo elevado sobre un risco en el Atlántico europeo sin dejar de viajar con
su recién adquirido entusiasmo siempre en la valija. Murió de un infarto en
emplumada cama, no en asilo bañado por jarabe de amargura. Se diría que ofrezco
información parcializada por mi paranoia (que tampoco es mía, qué arrogancia.
Ah, pero pensándolo con cuidado, la arrogancia tampoco sería mía… mejor no caer
en lo de nunca acabar), descrita en casos especiales; que hay animales
diferentes, que muchos no son agresivos, que el asunto depende de las
circunstancias… o del factor de singularidad. Acudo a muestras contrarias. Por
ejemplo, el tiburón ballena se alimenta de plancton, por tanto, es inofensivo,
aunque no para el plancton… Ya, ya, no exageres. No me la pongas tan difícil.
Clarifiquemos las cosas: de algo hay que alimentarse. Mi preocupación se basa
en que, aunque la diversidad de especies animales asegure lo contrario, nos
hermana la sangre. Hasta un pez sangra, lo cual me angustia cuando lo consumo.
¿Qué tal una langosta y mariscos? Con vino blanco del bueno, por favor. Sí,
porque ya estoy hasta el gorro de esos vinos ácidos y aguados como los que
obsequian a porciones medicinales en las galerías de “arte” de Bajagracia. En
un libro titulado El matador de leones, el soldado francés Jules Gérard,
certero tirador estacionado en Argelia durante el siglo XIX, narra sus hazañas:
depurar una comarca de esos felinos. Incluso relata, valiéndose de ameno
lenguaje, cómo consiguió la suprema presea de su sangrienta colección: un león
negro. En cierta ocasión Gérard rescata a un cachorro tras liquidar a sus
padres (o madre, no recuerdo bien), lo cría, pero al fin se desprende de éste
que es enviado al zoológico de París. Desmovilizado años después, el curtido
cazador visita a su león adulto que lo reconoce; a través de las los barrotes
pega a la de él su testa imponente, rugiendo de tristeza al no poder correr
libre junto a su conmovido compañero, quien se aleja lloroso para no regresar
jamás. Elsa, la leona de Nacida libre, nunca atacó a humano alguno, e
inadaptada entre los de su especie, regresó mortalmente herida a yacer junto a
sus amos. Interrogante usual, y debo repetirlo; la persistente bestia que me
aqueja desde la maldita infancia: ¿especie o espécimen? ¿Grupo o individuo?
Rústica versión de nominalismo versus realismo. Como sea, prefiero la inducción
a la deducción: voy de lo particular a lo general al evaluar mis relaciones con
el mundo. Por ejemplo: No todas las mujeres son iguales; hay que darle un
chance a la vecina. ¿Tú crees? Por supuesto. ¿Te agrada? Oh, sí, muchísimo. Es
guapa y parece inteligente… Quizás la especie no está diseñada ni para la
felicidad ni para el sufrimiento, sino que padecemos las secuelas de un
experimento aún lejano de su conclusión. ¿Soy menos misántropo de lo aparente?
Porque hay gente que detesta a la humanidad entera; yo, sólo a unos pocos.
Bovinos, equinos y otros, pese a su docilidad, han atacado al humano. Los
delfines, simpáticos cetáceos, no le dan tregua a los pobres pececillos, y hace
poco leí que uno, llegado a un lago por accidente, mordió a varias personas. La
supervivencia nos hace a todos una recua de depredadores. Y la mayoría viene
con un bono o atributo extra: el de hijo de puta. En este exacto momento el
engranaje gástrico reclama alimento. Consumo ensalada. Se fríe a mínimo ardor
un filete de pollo -perdí el asco- casi gelatinoso. El cocinar lo más simple me
requiere más de una hora. Vueltas sin saber a dónde ir, me siento, me levanto,
más vueltas o la misma en repeticiones aberrantes. Postrado por un rato en el
sofá; se levantó a comer. Restos del combate, los platos tirados en el
fregadero a merced del agua. Ciudadela sumergida; los lavaré en la noche, antes
de la invasión de cucarachas y hormigas. El capitán Nemo huye del fregadero
Nautilus camuflado en un cepillo. Estoy mal: me vuelvo hediondo. Sí, el tipo
apesta; desde acá se siente. Apesta, pero insípidamente… como un cachorro.
Apesta igual; ¿no lo huelen? Sí, qué desagradable. ¿Qué hacer con él? Ve a
ducharte, cerdo. ¡Váyanse a la mierda! Otro latón de basura con los tres
chiflados dentro. Y el maldito libro que revoletea sin dejarse escribir. A esta
altura ignoro desarmado qué propósito conlleva su martirio. Lógico, gente
metida ahí para sabotearme… Y los de afuera… No acabo de saber si es una novela
o un diario… ¿Cuánto llevo en esto? No sé; demasiado. Sería mejor mandarlo todo
a volar. Hay millones y millones de fulanos como yo, lo cual revela que hasta
en los trastornos mentales es detestable la competencia. Enigmático: la vida
tritura a hombres invaluables en su plenitud creativa y permite a otros sin
mérito llegar a la pre-vejez, o decrepitud pretenciosa, borbotando estupideces.
¡Atención, atención! Una nítida cabeza calva atraviesa la pantalla de derecha a
izquierda con quién sabe qué turbias intenciones… Por suerte no ha mirado ni
siquiera una vez en esta dirección… aún.
Yo aspiraba a la polimatía sintética.
Consumí literatura, historia y arte durante años, pero me arruinaron la
saturación, el desorden de tópicos. La anti-cronología triunfó al intentar el
mundo mejor que cómo aprendido. Abrevadero estético de la nostalgia siempre a
mano: megalomanía al acecho. De los autores juveniles -Dumas, Verne, Salgari
(una trágica vida folletinesca), Scott-, ascendí ansioso a los “serios” y,
buscando alivio emocional, acaecido el infernal misticismo de Dostoievski
marché hacia el espiritualismo pacifista de Tolstoi. Me aficioné más a Stendhal
que a Balzac, gracias a la traza romántica irónicamente enclavada en el
realismo que utilizó, admirable, astuto y visionario, que convirtió en
perfectos imbéciles a sus héroes. El arsenal satírico de Voltaire, simplemente irresistible.
Lamentable: ha sido y es tergiversado por los masones antimonárquicos. Degusté
autores franceses del XIX; más los parnasianos que los románticos, en especial
los decadentistas. Aunque bastante temeroso de los inevitables divertimentos
intelectuales, intenté leer filosofía, agravándose el potaje conceptual
bullente en mi desprevenida psiquis. Intentar acceder a Hegel fue una de las
peores torturas del “aprendizaje”; prefiero la dialéctica primitiva de
Heráclito, además, al aburrimiento habría que agregar el inevitable rechazo de
sus postulados políticos. Agravado por el terrible hecho de que nunca caminé un
aula universitaria (Pasó pero nunca entró, diría el gran Tin Tan). Recurrentes
inconsistencias; ya sé, ya sé… La aplanadora Nietzsche impresionó mi furibunda
juventud; no obstante, el demoledor impacto en lo moral provino de Schopenhauer
(profundamente admirado por el ascético Tolstoi, a propósito). Su lectura nunca
deja de apasionarme, provocándome chispazos energéticos. He dicho esto en otras
ocasiones, pero no recuerdo en cuáles… Leer a Albert Camus -primero El
extranjero, La peste, La caída- me demolió las emociones en su degollación
lentísima cual anuncio a la muerte del hombre absurdo que no se refugia ni en
la religión ni en la razón, sino que asume la rebeldía de Sísifo, aun anticipando
su derrota. ¡Bingo! Lo que yo buscaba: literatura filosófica. Admirable
acoplamiento de contenido y forma en cualquier género. Un estilista en el
camino intermedio. Un cojonudo. “No me agrada mucho la demasiado célebre
filosofía existencialista, y, para decirlo de una vez, creo que sus
conclusiones son falsas.” Esta declaración del gran Camus no deja de sorprender
en un pensador cuya “absurdidad” es, precisamente, afluente del
existencialismo. Admiré la honestidad de Camus, sólo revestido de su virilidad
pagana; virilidad ausente de rencores: amistosa ofrenda hacia el mundo, hacia
“la patria del alma”. Tan tercamente humano. El revés y el derecho y Nupcias
son de los poquísimos libros de ensayos que han tocado mis sentimientos.
Descubrir en el primero aquel suceso similar al de la gata en la azotea de
Madame Ramona, me dejó en estado de presagiosa agitación. Penoso que su
fertilidad narrativa no fuese extensa. Aunque, prefiero el Camus del “hombre
absurdo” al posterior, retóricamente gallardo en su cacofonía política, del
“hombre rebelde”. Por otra parte, es admirable que Camus censurase el activismo
totalitario de Sartre, su adhesión al bolchevismo soviético; sin embargo, su
propia, contradictoria postura de colonialista selectivo en lo referente a la
independencia de Argelia, donde nació, apostando por un protectorado francés, me
causó sabor decepcionante. Fundamental amuleto de cabecera no fue otro que El
lobo estepario, demencial, surreal perla descarriada y maldita, producto de su
crisis psíquico-espiritual, del dualismo de Hermann Hesse, y por ende, del ya
altamente corrompido nivel de pensamiento occidental. Sobre comunistas (toda
revolución es burguesa, ¿no?): desconfío de los que como Bertolt Brecht -ese
grosero, desaseado Brecht, que según Frederic Prokosch canonizó a Thomas Mann
cual "morboso" y "místico burgués"- se exiliaron con
falsamente populistas vocablos, en la confortable valija del capitalismo, sin soltar
seráfica taberna. Y él, ¿qué puñeta era? ¿Por qué buscó Brecht refugio en los
decadentes Estados Unidos y no en la gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas? Es igual; ambos obedecen a los mismos intereses económicos… ¿Te
parece? Bueno, eso dicen. Comunismo y supra-capitalismo son gemelos. La banca
internacional; tú sabes… Nada sé; no te entiendo. Ah, entonces; ¿tú qué opinas?
Nada puedo opinar de lo que desconozco… No quieras enredarme. Qué descarado
eres. El “distanciamiento” teatral de Brecht porta un astrolabio calibrado a la
perfección. El llamado lobo estepario prosigue en su conversación con Mozart:
Hesse hablando consigo mismo... Las puertas del Teatro Mágico certeramente
instaladas en fisiología de aprisionado lobo: Harry Haller. Brecht también
arremetió contra Hesse, según Prokosch llamándolo "otro místico
burgués": "El lobo estepario no es más que un vómito de misticismo a
medio digerir." Pero, ¿no manifestó claramente Hesse?: “El literato
burgués, idílico y con éxito, se había convertido en uno problemático y
marginado, lo que sigo siendo.” Hesse reflejó el mal de nuestra época, pero la
fanática “militancia” del marxista Brecht no admitía menos que su
transformación. Para algunos, aquél se muestra artificioso en sus orientalismos
esotéricos, pero ello lo define, a diferencia del espectacular Camus, cual un escritor
hacia adentro, y por su individualismo, ello, con la certeza del
envejecimiento, me place con arcaica calma. A ver, ¿por qué el inexorable
decurso, no desprovisto de nostalgia telúrica, me conduce a leer a Hesse
mientras trago durante tres casi congeladas, demoradas porciones, las dieciséis
onzas de una botella de agua mineral esperando que las burbujas me estallen
planetarias en la faz? El silencio es igual de repugnante que el escándalo. Imprescindible
un calibrador de sonidos para el Verbo. Inútil conservar los libros que no se
repetirán, sea por inutilidad o por aburrimiento. Reduje mi biblioteca,
dejando, amén de los mencionados, todos los de mitología e historia, las biografías,
Homero, el teatro griego de ambos géneros, Virgilio, Petronio, Lucrecio,
Boccacio, Rabelais, Grimmelshausen, Le Sage, Sade -trastornado emocional, sin
dudas, pero un extraordinario escritor político, no un mero pornógrafo, el
lapidario Sade lanzó su probeta de ácido sobre la genealogía judeo-cristiana
sin perder ápice de vigencia-, Barbey d’Aurevilly, Huysmans, Andreiev,
Apollinaire, Celine, Italo Calvino, Sabato. Décadas ha, decidí contratar algún
maestro privado de filosofía, pero tras torpes tentativas con un racista
demencial -idéntico al siniestro enano Quilp que tan fulminante, certeramente
Dickens dibujó en Almacén de antigüedades, me aseguró campante que los negros
son un experimento fallido- y un prejuicioso, tacaño y envarado moralista -se
la pasó hablando de las verdades teologales; a Carlos le convendría saber que
Fe, Esperanza y Caridad no son las tres ninfómanas empleadas por Madame Ramona
en su burdel clandestino, cuando respectivamente, infante y adolescente,
rastreábamos con binoculares aquel “antro de depravación”- que no se cansó de
ponderar, como el peor de los sofistas, su tarifa barata, mientras atacaba “el
indignante materialismo de estos aciagos tiempos”. Pues, ante tamaña,
desfachatada ausencia de básica objetividad creí mejor seguir equivocándome por
cuenta propia. Movimiento agobiante ante las herramientas de los sentidos. La rigidez
diciendo lo contrario. Me siento como un churro. Según San Agustín en Las
Confesiones: “Un inmutable que todo lo mueve.” No me interesa la Patrística...
El calendario se antoja análogo al inmutable del divo de Hipona. Parménides y
Platón -vaya joda reconciliar a Heráclito con aquél: el mundo de los sentidos
cambia, el conocimiento es permanente- venían con esa garla… Carezco de
sutileza para las abstracciones. ¿Me ha servido de algo leer a los autores
mencionados? Bueno, los he disfrutado. Unos se entretienen con las tiras
cómicas, los juegos de mesa y los crucigramas, otros con las artes, la
literatura, la filosofía. Cautela, hijito, con el zumo de la erudición;
fascinantes sus escurridizas melodías, imposible no caer en la trivialidad al
intentar drenarle enigmas. Demasiado para tus fusibles; pueden estallar
grotescamente. Me detengo aquí con esta deliciosa frase de Max Stirner: “Fichte
habla de un Yo “absoluto”, en tanto que yo hablo de mí, del Yo perecedero.”
ANGUSTIA… MAS
Estuve leyendo sobre el neo-paganismo y
sus diversas sectas, dejándome impresionado la cantidad de gente que
actualmente busca alternativas en ese renglón incómodo para “nuestro” muladar
intelectual. No, no. Soy alérgico a proselitismos; y siempre aparecen vivales
controladores con ínfulas de pontífices. Que vayan a buscar borregos a otro
sitio. Pandilla de esnobistas quedando bien con dios y con el diablo. No eres
tan inédito como pretendes. ¿Quién te ha dicho que lo procuro? Agradecería me
dejaras tranquilo por el resto de la noche. Colocado frente al espejo antes de
abordar la biblioteca pública: me sienta bien esta camisa roja. En eso, a mi
lado la voz de un sujeto idéntico a mí, susurra no sé desde dónde, ya que dice
provenir de un sitio ignoto y labios aeroplanos, cerrados: credenciales de
ventrílocuo: No te queda bien. Un tercer individuo dictamina: No le hagas caso
a este imbécil; te va estupenda, y su extensa atención se traslada de uno a
otro. Voces fuera de mi cabeza, bocinas deformantes. Ahora mueven bocas, pero
los sonidos, sin nunca desaparecer, languidecen. Sudorosa frente de cobre,
sienes palpitando delatan combustible traidor: corazones estallantes; las manos
revolotean intentando atravesar lo evaporado, cuando el hombre frente al espejo
se multiplica en cincuenta, más de cien de ellos metidos en camisas rojas,
abarrotando la habitación y provocándome un vahído tras otro entre murmullos,
masticando en acompasado coro: ¡No te quites la camisa! ¡Es chillona! ¡Ponte la
azul! ¡El rojo realza tu apariencia! ¡No atiendas a estos cretinos! ¡Linda
prenda! ¡Pareces un espectro! Docenas de lenguas prestadas se derriten sobre
mí; tulipanes gigantes vociferando sin parar. ¡Fuera de aquí! ¡A los abismos
infernales con ustedes, mastuerzos finiseculares! ¿Es un ejército de ellos o
soy yo quinientas veces? Sí, parece digno de un esquizofrénico, pero su
colocación de inoperancia intertextual establece prioridades. El departamento
se hace pocilga y la camisa roja es sucesivamente bandera de club, red, hamaca,
y mantel que me impulsa hacia la aguja nacional con la longitud de un mandarín.
A mi ruinosa memoria llega la antigua canción pirata que le endilgaron a El
corsario negro en una modesta versión de TV en blanco y negro (como mi
infancia), cuando las escenografías de cartón piedra se movían hasta de un
gentil codazo por descuido de los actores. Televisión en vivo, ¿no? Ah, la
canción de marras: ¡Quince hombres van en el cofre del muerto! ¡Ay, ay, ay, la
botella de ron! ... (Fifteen men on a dead man's chest/Yo-ho-ho and a bottle of
rum/) ... ¿Cómo seguía? Sí: Drink and the devil had done for the rest/Yo-ho-ho
and a bottle of rum. Miraba embelesada dando cauce a la
inquietud. A la mía, claro. ¿Sucede algo? Tengo que hablar contigo. Tiene que
hablar conmigo. Raro; jamás hemos intercambiado demasiadas frases. Adelante.
Mejor salgamos a la terraza; ven. Dicen que rojo es el color de los dementes.
Aparecen ante mis párpados rendidos aquellos ingenuos programas musicales de la
primera mitad de los 60, en especial -sí, la memoria es acto ingobernable-, con
sus tríos femeninos cantando baladas pop, que, por recónditos motivos me hacía
añorar el aire acondicionado cuando tanto verano tropical en playas simultáneas
nos despojaba de trincheras. Enfundadas en vestidos de una pieza, satinados
costales de papas a ritmo de twist, portando sobre sus cabezas altos moños
parecidos a bombillos o conos de helados tan sugerentes mujeres no abandonan
mis ¿ensueños? ¡Condenada pesadilla! Ahí están las Kessler de nuevo con sus
pelucones -el mantecado, o vainilla francesa, se imponía- y bocas de frambuesa.
Haydn (hay que escucharlo honradamente para apreciar cuánto le debe Mozart) y
la narcotizadora cítara -si bien mareante- de Ravi Shankar me tranquilizan,
pero la ópera en vivo es difícil de soportar por la repugnante acústica de la
voz humana, y el aglomerado público: gallinas empollando escombros. Opera, mejor
en discos y televisión. La música popular me abruma, con excepción de algún
jazz y bossa nova. He hurgado a través de las ventanas y del agujero de la
puerta más de veinticinco veces en la tarde. Ignoro si el de afuera es un
vecino o un enfermero. ¿Qué puerta es? ¡Me veo del otro lado acechando el
agujero y escudriñando desde el techo en pose de bruja! Ni que me hubiera
atiborrado de mezcalina. Paradójicamente, el sonido estruendoso del acto
natural me calma; disfruto aguaceros, rayos y truenos. Soy un pagano
distorsionado. Las paredes engordan recetadas por cónclaves de plomo. Ya ni
siquiera soporto conversaciones en elevado tono. Al decir Naturaleza, se impone
la mayúscula. El colmo que me digas cómo rayos debo expresarme, bellaco.
¡Lárgate, imbécil! Me voy, me voy, pero regresaré; no tienes escape. Ni tan
siquiera el mérito de evadir la trampa te pertenece. Hay hermosura en el
panteísmo… Provoca cierto alivio… Me extasío a través de los ventanales.
Rechazo los chismes pero desconfío de cada muñeco alrededor. Vi hombres verdes
brillando con resplandor niquelado; descendían en formas de sombrillas,
modelando sobre el giratorio anillo de Saturno. Apenas se juntan varios
supuestos humanos y comienza su origen una conspiración. Los veo: La vecina de
la derecha caga con un ojo y escucha con el otro; como que tiene el culo en
reparación; avanza implacable abarcando pasillo, mirando en toda dirección. Esa
vieja pudo haber sido prostituta en su juventud; se la nota experta en el
terreno de las insinuaciones deliberadamente fingidas: hay en ella un
inocultable descaro, algo libertino y soez flotándole en la cara. La abanican
libertos invisibles. Fue atractiva, debo admitirlo. Idónea materia de pajeros.
Y, especialmente, la clase de hembra que Carlos, perfectamente sudoroso, se
cogería de pie contra una pilastra de concreto mientras el relampagueante metro
atruena por encima estremeciendo la ciudad de pelambre acordonada. Ojos de
culos internacionales se erigen en monumental ojo de pavorreal con ínfulas de
faisán. Insano protagonismo. Descubro que ese ojo del culo universal es el
lente de la cámara. ¿Cuál? ¿Una o varias cámaras? Cuidado no se caguen aquí.
¿Desaforado plano secuencia o montaje? ¿Nos filman desde diferentes ángulos?
Camarógrafos bribones; se han tomado en serio lo de la ilusión… Ojos de culos
apuntando al ahora objeto permiten estruendosa variedad. La página es oleaje
perfumado. Ah, conque el regreso a la divinidad. Título del cuadro: Culo con
bastón peor que enfisema desterrado. Me quedé dormido leyendo... Desperté
asustado cubierto por un ejército de gotas sudorosas. ¡Me van a matar de un
infarto! El vecino de la izquierda mete un ruido insoportable con el bastón
haciendo retumbar los muros en vía crucis hacia el ascensor. Alteran los
chirriantes sonidos de puertas cerradas con brusquedad. Vivo en un entorno de
salvajes; esto parece un potrero. Que somos parte de la Unidad, del Todo. Por
favor, respetable señor; explíquelo mejor porque nada entiendo. Soy un
ignorante; lo debe haber percibido desde el comienzo, ¿verdad? ¿Todo que se
dispersa incorporando gente o reciclando la misma? Sí, porque si existe lo
infinito metafísico, tal cual se me autoriza a decir, tal vez no hay que
regresar a sitio alguno y el balance sería innecesario. La finalidad, el mayor de
los sofismas. Le tengo pavor a lo centralizado; lo asocio con monolítico y por
ende, no sé por qué, con inmovilidad corpórea. Necesitamos un sistema de
interdependencia. ¿Cree obtener así autonomía? Propongo una desbordada letrina
cósmica. Fabuloso: ¡expansión y caos! La mayor parte de mi vida sólo tres cosas
me interesaron: leer, el cine y recorrer museos. Lo demás carecía de valor;
incluso, los sentimientos. De hecho, cualquier manifestación de afecto
exagerado aún (o más que antes) me provoca incomodidad. Era y soy un proscrito
menos contemplativo de lo deseado. Nunca me incliné a las fuertes ataduras
afectivas con mis padres y hermanos. Nunca me he enamorado o, tal vez, me han
faltado agallas para reconocerlo. Solté a María Eugenia, al medio año, por tener
ella un hijo pequeño contra el que me fue imposible medirme en los perímetros
de su cariño… A veces he deseado mucho tener prole, pero un frenético rechazo a
los agobios del crecimiento e inserción en la disparatada sociedad (la que sea),
me ha prevenido. Suena ridículo, pero define lo que deseo expresar tal y como
lo deseo. El colmo de la inmadurez, dijeron, aunque nada me importase. Con la
segunda, y última, por ahora, Raiza, duré casi dos años, siendo la causa de
nuestra separación mi aburrimiento, ni más ni menos. El sexo, aun con cariño,
no basta para retenerme. Sí, me comporté como una bola de mierda con Raiza.
Buena mujer; y me gustaba… Las elucubraciones sobre el futuro me aterran. Ah,
el amor requiere de un ingrediente imprescindible: capacidad de sacrificio, y,
según marchan las cosas por aquí, no soy propenso al sacrificio. Ello me impide
amar a cabalidad. ¿Mis amistades? Nubes en borrasca; estaban ahí, pero podían
-de hecho, lo hicieron- desaparecer en cualquier momento: el momento. Desleales
ellos… y yo. Voy poco al cine, mejor días entre semana y durante la matiné,
cuando están casi vacíos. Grande alivio divisar par de ancianitas por allá con el
tanque de palomitas de maíz; acullá, un señor limpiar reverencioso sus lentes.
Entonces puedo lanzar la retahíla de pedos sin tener que esperar por tiroteos o
explosiones en la pantalla para disimular, y soy feliz... por un rato. ¿Qué
esperabas? No comiences a joder. Sin embargo, imagino que algún desquiciado
oculto en la sala obscura pudiera caer armado sobre mí. El respaldar de la
butaca se nota diferente, granulado. ¿Chicle pegado, torcedura en la madera?
Terrorífico cuento de Graham Greene acerca del tipo en un cine, junto a quien
se sienta un criminal cubierto de sangre… Esta semana he repetido casi
doscientas películas japonesas -no, no soy adicto a Mizoguchi, Ozu y Kurosawa-
entre los 50 y los 60, entre ellas, especialmente, las de: Kaneto Shindo (Los
niños de Hiroshima, La isla desnuda, Onibaba, Kuroneko); Kon Ichikawa (El harpa
de Birmania (hizo otra versión-, Fuego en la planicie, Extraña obsesión, La
olimpiada de Tokio, La familia Inugami–igualmente, la original- (¿Por qué se le
ocurrió a este hombre rehacer dos cintas impecables? El ego acarrea sus consecuencias…),
Las hermanas Makioka); Masaki Kobayashi (Río negro, la monumental trilogía La
condición humana, Harakiri, Kwaidan, El samurái rebelde); Yasuzo Masumura (El
ángel rojo, La bestia ciega, Doble suicidio -diferente concepto de la
gnoseológicamente ejecutada por Masahiro Shinoda-); Hideo Gosha (Goyokin,
Tenchu!, Los lobos, Calles violentas, Cazador en las sombras). Pensé que esta
vez sí enloquecía, pero conservo exacta memoria de lo acaecido en cada filme…
Los viejitos organizaron un intento de orgía, siendo el resultado una apoplejía
y dos marcapasos; el psicópata finalizó tendido a balazos por la policía, como
Dillinger al abandonar la sala de cine; sus ojos extraviados en el charco
terciopelo sobre la multitud de abismos. ¿Ven lo peligroso de las películas?
Floto: Recurrencia onírica.