Saturday, March 15, 2014

Yo bipolar


           

Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados, sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.

                                     Nicolás Boileau                              

 

 
 


SOLO

 

Recupero el fragilizado párrafo: “Veinticinco años residiendo en el punto medio de una ciudad nauseabunda llamada Bajagracia.”, e intento relajarme mientras secuestro más café. La ventana en posición: lista. Querida Catábasis: ¿Nos autorizas a extraviar vidas ancestrales? Al final del piso, mujer joven a la que intento observar sin que se percate. Me place verla fluir hacia el elevador, dictaminando que no es ella, sino nuestro arrugado edificio el que retrocede; mucho place verla perderse en la brumosa gente rodeando jardines. Quizás, quien retrocede… pues el edificio siempre se transforma en humanoide. Malograda fábula... ¿Son o no lo mismo? Negro parteluz sobre rostro alargado con trazos de Modigliani no condenados a la guillotina, y ojos magistralmente dispersos. Cohesiva dosis nostálgica saviando de oliváceo ánimo facciones, pecho, brazos, cobijada en tejado inmejorable, piel, o sea, de suave persistencia. No hay ocasión en que no salude apocada, a lo que correspondo lacónico, anticipando la peligrosa llovizna emocional. Prudente no desinflar la burbuja. Las mujeres se han transformado para mí en fuente de sensación contemplativa, estética estática; las observo evitando recordarles rostros; mejor diluyéndolas en memoria abominable. Cuánta idiotez los poetas recalientan en nombre de lo arquetípico... Si pudiera apresar en Amelia la "belleza libre" de Kant, emancipada de juicios y furores… Moléculas orates carentes de energía, o ánimos. Mi fracaso con las hembras se origina en lo afectivo: desde ahí, invariable, resbalo hacia la impotencia física. Soy incapaz de descifrar sus códigos de comportamiento… Favorecido por el despacioso sendero estacional frecuenté par de burdeles clandestinos, pero simplemente no pude lograr mi cometido al no estar el cariño envuelto en la jornada. De nada valieron los mil y un estímulos de la ocasional ramera. Esas mujeres (no sólo las del gremio, que conste, escribano) muerden más que maman. Pagué caballerosamente ante su perplejidad: Nada que ver contigo, querida; el problema soy yo. Es tu dinero; vamos, tómalo. Sagaz, lo advirtió un flaco alcohólico con quien coincidí en uno de los pocos bares que visité en mi primera juventud: Vaya tragedia la tuya, hermano; necesitas copular con sentimientos. Combinación difícil… Eres un romántico, pero, por otra parte, no deja de tener su lado positivo; eres hombre sensible, no una bestia como la mayoría… Bebedor refinado, en discordancia con su desaliñado aspecto, sorbió hipocrás en lo que yo le daba el tirón final al amargo buche de cerveza germana. Una muy antigua compañera de talleres literarios -teníamos por costumbre leernos nuestros cuentecitos de mierda; los suyos superiores a los míos, cierto- manifestó con “ingenua” crueldad cuando la invité a salir bajo pretexto de café con leche: Sé lo que pretendes. Mira, no te ofendas, pero yo sólo veo en ti al escritor, no al hombre… Entiendo, respondí, ya que el hombre en mí se desvanece soy, pues, un mito. Ahora sólo necesito descender del mito a la bestia y quedaría cerrado el círculo. Ella al fin se mudó de Bajagracia. Supe que nunca mantuvo una relación fija; al parecer no encontró la esperada bestia azul. En fin, que más bien pronto me despojé de esas urgencias por ser -tenía razón el despeinado flaco-, más romántico que lúbrico. Nunca amante espectacular (sólo en mi cabeza); tipo más de atmósfera y detalles… Solamente he mantenido acercamiento carnal integral con par de mujeres: mis únicas novias “formales”. En la actualidad prefiero inundarme de documentales, música, museos, lectura cuando la concentración lo autoriza. Comienza la ansiedad como surgida de la bruma. ¿Por qué sigo pensando en la vecina? Tozuda mariposa apresada por agujas, fingiendo revolotear... Vaya, a propósito de detritus poético o su arcano inventario… Regresa la sensación de que me espían detrás de la asfixiante pantalla. Inútil tapiar lo que acontece al otro lado. Hace días que voy y vengo obsesionado con las gemelas Kessler... Soñé que las entrevistaba en una estrecha habitación rapuzada por doce boas acolumnadas, de tal grosor que apenas se filtraba la lengua de los focos verdes, y que, al forcejear intentando escapar alguno de los tres (¿o los tres al unísono?), mordía yo, creyéndolo huevo, el pomo de la puerta coralina mientras el lente fílmico se astillaba impávido. Pomo de la puerta ahora cráneo de vidente cobra que recibe telegramas de sulfuro por el buzón anal… Una de las cosas que me aterrorizan es que un felino me sorprenda vigilándolo. Necesito la píldora… Viene en camino un elefantiásico sifilítico digno de Rodin, o píldora meteorito a punto de sacarme de órbita. ¿No debe ser lo contrario? El hombre avanza en la distancia sin llegar. Hombre atento a la inmovilidad que se le escurre. Ojos contra mar y cielo comprimidos desvían la mirada taciturna en dirección al vallado de limón dorado, al rojo en cántaros dispersos. El cielo se convierte en espejo del océano; el océano... Paralelos, pero en algún momento de descuido -¿cuál, cuál?-el relámpago ocurre en el centro y restallan al unísono en la aquí cabeza. ¡La píldora, necesito la píldora! Aparté las manos del teclado y en la herida surgió un desfiladero primoroso. La sangre desbordada puede ser perfecta… estéticamente. Se desprende de mis labios formando al unirse con los chorros en los muñones del león un perfecto dragón de Java. Lista la pócima tras chirrido de cucharilla en el acampanado borde tibetano del vaso. Anómalo: mi violín torácico no presenta nuevas hendiduras ni perforaciones. Parece que morí otro día, no hoy de madrugada. Regresa el Minotauro a su constelación y, acaecida la taurina corrida, reconoce las várices del Mediterráneo reptando sobre las sandalias de otro hombre. Cuerno, amigo mío, desfalleces, lo sé, y mi lento brazo no sostiene gritos de socorro. Atiendo melancólico a la pantalla de la computadora. Ciudadano: Se le acusa en primerísimo grado de intolerables delitos: hipocondría, acrofobia, agorabofia, demofobia y ergofobia. Deberá correr, sin vacaciones ni días libres por enfermedad, diez horas diarias durante dos mil años, perseguido por el romo toro de Creta, el león de peluche de Nemea, las hidras municipales ya miopes, las muy atléticas ménades, un tren de vagones cargados de narices portátiles profilácticamente desactivadas y doce cruces de sirope recubiertas para ser lamidas durante la obscena procesión. Se le ofrece, no obstante, la opción de emprender desnudo la carrera; sépase, en línea recta, sin recurrir a subterfugio de vereda y recoveco, aunque forrado de salivazos corporativos. ¿Ha visto últimamente un afiche de cine checoslovaco? No, pero me preocupa que la ley contra la vagancia entre en vigencia desde el lunes. ¿Eso no ocurrió hace más de cuatro décadas? Esfuerza un poco la memoria. Sí, pero se trata de la ley contra los nuevos vagos. ¿Acaso vagos reciclados? El toro y el león, luciendo flamante gafas solares y fumando hachís con sendos whiskies a su disposición, recomponen luna de miel en las islas griegas. Para cambiar, Bogart viene hoy a beberse un capuchino. Soplé cuidadosamente la hormiga que paseaba con su parasol por el fregadero; sentí pena de lanzarla hacia la mesa al otro lado del abismo demarcado por baldosas. Lejos de su entorno, ello la convertiría en indocumentada, y para colmo, sin familia. Cuando la supe a salvo abrí el grifo y santifiqué manos. Cantaleta del bien y el mal; mejor hablar de aciertos y errores, si es que hay propósitos pragmáticos… lo cual no invalida definiciones usuales. Los ataques de pánico me paralizan… literalmente. Empeoran debido a su ¿inesperada? condición psicosomática. No mires hacia el espejo cuando hables. Rechazo los tumultos; me altera la gente, no porque la odie. La prefiero lejos… A veces, menos, una inesperada alegría me impele a simpatizar con cuanto ser humano alienta. Después, la “normalidad”: la fobia social inalienable. No cede… Esta mente no me pertenece; tan dolorosamente compartida que nos aprisiona sin asomo de piedad. Compartir el virus. ¡Horror! ¿Cierto que la individualidad no existe? Observo el polvoriento mapa de pared deteniendo la fecha del calendario a su lado. Diez años. Imposible… Los calendarios son fósiles intentando devenir ¿acompasados? Imagino un tarro de basura cayendo por la vertiente de otra montaña venenosa. Santorini en cuatro láminas; casas recubiertas de cal con puertas azules. Rebaso la siesta de la vespertina. Retroceder años significa reinventar la memoria. Grandísimo, panóptico cansancio; energía desenfrenada por el viaducto que transporta carne eléctrico-magnética. Tasar el mundo cual suplicio…

 

 
¿EL COMIENZO?

 

Hora de las píldoras nocturnas. Locozepam (genérico de Locopin), Locural (genérico de Locotrigine) y Tranquilify (esperamos con alborozo su genérico; el seguro médico sólo cubre éstos). Veamos: Locopin en Estados Unidos, Locotril en Europa, Canadá, Suramérica. He pasado sin detenerme del todo por muchos sitios intuyendo que pertenezco a ninguno. ¿Dónde resido hoy? En Bajagracia… ¿Dónde se encuentra situada? ¿Permanezco en Bajagracia? Los he recorrido sin dejar que jamás me impregnen de confianza… Locozepam suena bien; sólida fonética en oídos provinciales. Por la mañana tuve cita con mi psicólogo, anciano afable en una colección de ancianos afables… Rellenar momias con nombres inéditos… justificaciones. ¡Ah!, los demás; o mejor, ellos. He soñado con el Yeti, pero no lo busqué en el Himalaya, sino en catacumbas talladas a mordidas bajo los zapatos. Duermo con bagaje de pesadillas, coitus interruptus oníricos; sueño aterrado, despierto inquieto, regreso al sueño… Dormir, con o sin píldoras, es refugio perfecto, pero fatiga despertar ante el ¿mismo? día. Hoy me levanté maldiciendo frases: Alguien me ama (¿acaso seres anónimos sepultados en millones de recuerdos que pueden no serlo?); Hay esperanza para el mundo; El amor nos reivindica. Abundan más los buenos que los malos… Seamos serios, por favor. A esta hora el sol cede paso a sombras despintadas y fachadas de remolachas gemelas, dejando atrás docena de torcidos muros y discrepancia de canteros. Tras el café de sabor a llanta me dediqué a clasificar las píldoras semanales y distribuir las restantes fotografías de calendario a lo largo de mi habitación. No describirla; suficiente con decir, por el momento, que permanece prolija. Le facilito el trabajo a la seria empleada semanal enviada por el Seguro Social para la limpieza. Clasificar píldoras es el mejor bosquejo de la masturbación. De nuevo la confusión entre sujeto y objeto. Por el momento, el entero cuerpo es volumen apergaminado, docenas de escleróticas frases; cada llamado año acredita grácil movimiento articulado página; la entintada letra, mediante sus estilos sobre Yo, recompone órganos y músculos, desatasca arterías. La cabeza, fracción de apolillada carátula vacía. Los pies, asteriscos que olvido revisar; oligofrénicos, reacios al fusilamiento cívico. El maldito libro es resistente: no se deja escribir; ellos corren desenfrenados allá adentro, apresuran vidrio sobre mi cabeza, amenazan con el manicomio. Apúrense que falta poco y no pagamos horas extras… El edificio amenaza derrumbarse. Recordé a Miss Havisham, la solterona plantada el día de su boda en Grandes ilusiones, de Dickens, por intentar con el calendario algo similar a lo que ella hizo deteniendo el reloj en la exacta hora del humillante abandono de su pretendiente. Inadvertidos venablos de reloj. Me engaño, creo más de lo debido que la percepción de agujas no decide la velocidad del tiempo, o quizás debo decir movimiento... codificado por quién o qué... o ¿por qué? Dormir, con píldoras o sin ellas, es el refugio perfecto, pero me aterra despertar ante el día ¿diferente? Hoy desperté odiando la vida en cada deposición, o tránsito, con perpetuo papel de lavanda y cepillazo en los colmillos lechosos. Dormir olvido para despertar con mansedumbre muscular o hálito de alivio. En el presente instante me siento más vigilado que otras veces; observo por las dos ventanas desde el piso abocado al jardín de buganvilias. Hacia allí, la curva playa, apenas visible parapetada en las cúpulas del Ayuntamiento, rodeadas por no leales discotecas. Panorámica lo mejor posible resguardada ¿acaso no me ven ustedes?; soy aquél, sí, aquél escondido en la juntura opaca del espejo. Fíjense cuidadosamente. Salto tras la puerta al oír pasos crujientes marchar desde el ascensor y la escalera. Hay una mujer joven al final de mi piso a la que observo complacido... Verla alrededor del ascensor, cuando se aleja haciéndome creer que el cementoso edificio, como turrón a punto de disolución manchega, retrocede en neblinosa gente de jardines. Compendio del alcance de los otros -o los demás; sigo indeciso antes los términos-, con sus lacras ostentosas en mi vida o las míos en las de ellos. Nuestra cínica época ha popularizado a los deseosos de exhibicionismo; me incluyo: soy una puta esperando en fila otro “casting” de telenovela o falso “reality show”. Elaborar un diario, como lo acometo, supondría desglosarle papiros a la hipófisis manipulando inventarios más que añoranzas y recuerdos. El edificio huele a y parece un búnker. Las píldoras me han sacado de circulación; me han puesto en cero... o nuevo cero. ¿Posible? El calendario… Faltan años ahí; o no ocurrieron o se perdieron en camino a otra dimensión. La obscuridad obsequia blancas manchas de autos rebotándolas contra el techo; inacabable juego de ping-pong. Permanezco más de lo estipulado frente a la ventana tóxica. Portazos automovilísticos ocasionando asco, pues los percibo adentro. Lo digo ayer, no lo dije hoy. ¿Me vigilan? Insultante asedio. ¿Lanzado contra mí?: ¡Vigilar el animal! ¿A qué edad te llevaron por primera vez a una sesión? Déjeme recordar… Doctor, si no traiciono mis recuerdos, creo que asistí por primera vez a terapia con seis años debido al pánico que me ocasionan los ruidos y a tratar de esconderme de familiares y, subsecuentemente, de los compañeros escolares. Pero, fui al principio uno de los mejores alumnos del achacoso plantel: calificaciones con puntajes de no menos de noventa y nueve o noventa y ocho (por cinco años consecutivos se mantuvieron en cien, ¿no la parece extraño?), condecoraciones anuales, diplomas nacionales, asistencia y puntualidad intachables. No obstante, un día de caluroso enero, jamás lo olvidaré, por ser el mes de mi terrenal onomástico, ocurrió el espantoso anuncio del naufragio: sin motivo alguno me arrasó un histérico ataque de llanto, preludio, sí, a la horrífica sospecha de que las piezas no encajaban en el rompecabezas vivencial y de que haberlo descubierto sería la maldición de esta mente en striptease depravante. Rompimiento fatal… Imagine a un pintor que le quitan la escalera o a un tullido sin muletas: la distancia contra el suelo se hace pavorosamente inmensa. Da la impresión de que en vez de estrellarse se termina hundido en la sonriente masa. Si se me interpele sobre qué detonó tal conducta estoy obligado a replicar que la respuesta queda fuera de mi anquilosado alcance. Desde aquel desconcertante, perverso momento de falsa revelación -sí, porque me inundó de inclaridad- nada “recuperó” sentido. Observaba paralizado avanzar eufóricos a mis compañeros, con preocupación alarmante por parte de mi madre y profesores, sin poder intentar siquiera apresurar amagos, y lo que es peor, sin que en algo me importase; arrojando tal actitud el que me convirtiera en una de las mofetas académicas del plantel. Además, cómo olvidar la violencia física. Nunca tuve habilidad de peleador. Me repugna la brutalidad; sin embargo, estoy repleto de ira contenida… Paradójico, ¿no? Por cada tortazo o bofetada que tiraba recibía diez. Buenas golpizas gané a manos de los resentidos… Manos sucias de tanto maltratar el mundo. Yo era magneto que atraía los peores bravucones de la escuela. Sólo una vez pude acertarle, de chiripa, a un miserable que me abofeteó haciéndome saltar los anteojos; el tipo no esperaba -yo tampoco, lo confieso- la respuesta y fue tarde cuando reaccionó al recio golpe que le solté en pleno rostro dejándole la cabeza como reguilete. Yo no gustaba; se habrá percatado… Ni siquiera disimuladamente escondido, tratando de mantenerme ajeno al alboroto, lograba pasar inadvertido. Era el típico bobalicón al que siempre hay que joder, según la inveterada regla de la “convivencia” escolar. Mucho me resentían por negarme a participar en sus aberrantes intentos de comercio social, o sea, deseos de triturar al prójimo para satisfacer bajeza de emociones. Papá nunca se complicó con esa recién adquirida, impávida conducta que desarrollé a partir de la resistencia pasiva con respecto al estudio: No hay que forzarlo. Déjenlo en paz; ya encontrará su propio camino en la vida. Tipo desenfado mi padre; qué no hubiera dado porque igualmente me importara todo un reverendo carajo. Pero, al paso que va el niño se meterá en un callejón sin salida…, insistía desorientada mamá. Bueno, pues déjenlo que se quede ahí y ya. No lo molesten, concluía nuestro padre en vía hacia cualquier área de la casa que lo librara de la posible discusión. Llevaba certeza el viejo: a esta altura todavía no he encontrado camino alguno. De adolescente recibí tratamiento regular, pero su fracaso me remitió a la aborrecible terapia de grupo, mini Torre de Babel de la cual deserté a la segunda sesión. Hay que estar mal encaminado, por especialista que se sea, para aglutinar un grupo de desajustados emocionales bajo el mismo palomar, so pretexto de interrelación y enfrentarlos como en un coliseo. La explosión de circuitos es inevitable. Observo a través de un lente, me observan a través de otro, pero el envilecido encanto del proceso se justifica por disimulo en la ignorancia. Qué esperpéntico gallinero. Los binoculares me han permitido verlo: en el jardín una lagartija surgida cual relámpago de la foresta en miniatura se lanzó sobre una cucaracha que se paseaba satisfecha y cargó con ella mientras procedía a engullirla entre sacudidas metálicas. Lagartijas, docenas de escalones más arriba, se ocultan en los resquicios del aire acondicionado por mi ventana sometido. Sufrí parálisis emocional al divisar a una de ellas asomar su aplanada cabecita e inflar abanico de mamey mientras veía a su igual depredando allá abajo y dirigirme una no fugaz mirada del otro lado del cristal. Esa mujer que se libera de sostenedores me preocupa menos y dejo caer la cortinilla de la ventana. ¿Qué que me aterroriza? La visión de una ensalada descalza.

 
 

LA CONSULTA

 

El psiquiatra es idéntico a algún maduro barítono de zarzuelas: Alto, ancho, lustrosos cabellos; discreto, voz resonante. Un caballo dice: Parece impostado…De pronto -o no tan pronto-, el cabello se desploma sin aventurar relinchos. El psiquiatra -o el caballo- no interrumpe anotaciones. Hojea mi vida resumida en expedientes, pasajes, caminos, toses, guiños, pasadizos. Cubil con pinturas de histéricos colores y las peceras que me recuerdan el viejo calendario habitación. Doctor, estas paredes, y en especial los peces, me recuerdan los cuadros de Klee. ¿De quién? De Paul Klee. Ah, sí. Gracias; ¿bonitos, no? Y muy terapéuticos; agrega, anotando, revisando, revolviendo de norte a sur el expediente. Ya pasó el instante… ¿Estoy ahí? Intuyo que ese dossier es mi habitación, pero con nuevo intruso inoculado a la garganta; me acerco curioso para cerciorarme de ser yo, no un impostor. La ya aplanada habitación es doblada meticulosamente por las enguantadas garras. Imposible despegar los brazos del cuerpo. ¡Cuidado! Nunca asumir que puedo desdoblarme en otro… u otros. ¿Ka egipcio o doble etéreo? ¿"Gemelo malvado"? Temido alter ego, el doppelgänger… Tranquilify me provoca dolor de cabeza, taquicardias, sueño. ¿Continúas teniendo las visiones terroríficas antes de dormir? Las tengo, pero sin secuencias específicas. Bueno, te prescribiré el resto de las habituales y cambiaremos esa píldora por otra de la misma familia, pero mejorada: Trenvega; notarás un descenso en los efectos secundarios. Puesto que no está cubierta por tu seguro y por el momento carece de genérica, te daré algunas muestras al igual que hice con la otra. Gracias, doctor. Tranqulify y Trenvega, ¡cuánta ternura! Dos bebés aún sin sus clones, los genéricos. En general, noto que los medicamentos te han balanceado. Sí, al menos no tengo sensación de montaña rusa... no me disparo de la depresión a la ansiedad y viceversa a tanta velocidad. Un carrusel a otro ritmo; no la sensación de penetrar en un museo de arte atestado de extensos lienzos y estatuas -el sofocante Palacio Pitti de Florencia, por ejemplo- que evado sin premura, aunque con apresurado disimulo. Estas me colocan en un museo claro, espacioso, ordenado… un museo que provoca la sensación voluptuosa de partir de y regresar a mí… como la Galería de los Uffizi… No sé si lo explico con la precisión que intento. Entiendo, entiendo; observa escarbando menos en mi presente que en mi historial. No entiende ni cojones; lo sé, pero no lo admitirá. Al fin deja la pluma, cierra o pliega casi con disculpa el expediente antes de evaluarlo y depositar en mí su mirada de árido revoloteo: Es una condición indisoluble de ti: padeces un desorden bioquímico, por lo que tienes que bregar, o mejor dicho, tendrás que seguir bregando con ella de por vida. ¿De por vida? Así es; las píldoras ayudan, lo compensan, pero no ofrecen una cura. ¿Origen genético, doctor? Indudablemente influye, pero el asunto es más complicado, y evasivo retoma la brillosa pluma azul sobre la remesa de papeles. ¿Más complicado? No entiendo que quiso decir. Al fin pude vender el automóvil por un tercio de su valor a uno de esos mercaderes que como pirañas acechan desde la acera oblicua. Ni siquiera resisto calles algo congestionadas; menos las autopistas repletas de vehículos: arañas trepándose entre sí. Autopistas. Extendida comezón abruma este organismo; lo mismo que ver a una larva (nacional, estatal, local) en campaña. ¿Psicosomático? Larva con diferente rostro, mismo discurso. Sí, a veces creo que la gente, ¿toda?, se repite con diferente máscara. Dígame, doctor, ¿usted cree en la democracia? ¡Por supuesto! Es el sistema ideal: todos somos iguales; y así dicho, se prepara para hundirse en el próximo expediente. Pídele cita a mi secretaria para el mes siguiente, entre los días veinte y treinta. Ella, diminuta rubia de falda encogida que, curiosamente -¿por qué no resolver el problema usando una más larga?-, se empeña en estirar con desesperados retortijones dignos de Lady Macbeth al limpiar sus manos asesinas, hoy más al filo de la displicencia, cuchicheaba con una apergaminada paciente asegurando haber probado Locopin (¿o dijo Locotril?), o Locozepam, y su afín Locax, prefiriendo éste por ser de efecto fulminante: Huy, pero qué "nota" más buena, mi amiga. Al verme llegar cambia el tono profesionalmente: ¿Le parece bien el día veinte, señor? Sí, gracias. Conque señor, ¿no? La vieja puta pastillera es por lo menos una década mayor que yo y tiene el descaro de llamarme señor. Autobús de vuelta. Resido en un ínfimo departamento de bajos recursos; de lo contrario viviría bajo un puente, sobre un banco, entre la maleza, en la casita, o cabaña, detrás de la casa de mis padres; la que habité por años para estar “junto pero no revuelto” con la familia, y que ahora ocupa tío Eduardo; el “loco oficial” de la familia. Durante el trayecto leí bastante, lo que me entretiene, aunque con pobre capacidad de asimilación, cuando asisto a la consulta psiquiátrica. Me sustrae de pacientes en su malsano desborde locuaz. Cierta vez una panzuda estuvo hablando en la sala de espera sin probar un trago de agua durante dos horas dando detalles de su pestífero quehacer cotidiano, del familión -énfasis en los nietos; ah, los nietos. No les basta con malgastar sus propias vidas y necesitan abortar las ajenas-; ¡pero cómo carajo se puede disponer de tan prodigiosa energía! Extenuante, al extremo de que, a pesar de ser ella quien hablaba, se me resecó la garganta. ¡Agua, agua, atravieso el Gobi! ¿Sería ésa la vieja que murió estrangulada por el nieto que le robó dinero para comprar una bolsa de marihuana? Se parecen; recuerdo la imagen en el televisor… Pero, hace mucho tiempo… En otra ocasión perdí un turno y en vez de solicitar el próximo por vía telefónica cometí la idiotez de presentarme en plena madrugada un día en que aquéllos se otorgan por orden de arribo. Los pacientes pastaban, a las tres de la mañana, en función de desayuno con panes, huevos fritos, jamón, leche, cereales, y jugos, mientras el aroma a café se desprendía haragán de somnolientos termos. El vapor, similar al de la lámpara de Aladino, no quiere que lo jodan: ¡No me interrumpan la siesta, coño! Ustedes sólo piden idioteces. ¡Egoístas! ¡Ni al café dejan dormir en paz los bribones! Llegué frente al doctor ocho horas después. Hacer fila para conseguir un turno psiquiátrico. Eso solamente, lo aseguro maravillado, se puede ver en Bajagracia. Debo cambiar de psiquiatra. Por el momento intento describir un día típico en mi peregrinar. Despierto a cualquier hora, muchas veces al amanecer, y permanezco largo rato mirando el techo con la mente, como pantalla de computadora: lista para redactar edictos, o reconociendo el departamento -en realidad habitación; ocupa una pieza, exceptuando cocina y cuarto de baño- lo que define mi entrada en el inexorable día... ¿ramificado en millones, o millones que convergen en Uno? Nuestra civilización lleva siglos comiendo mierda al respecto y, por lo inferido, así se mantendrá. ¿Si la cámara ejecuta travelling de avance nos reintegra a "Dios"; si ejecuta uno de retroceso nos expulsa de su seno? Debo averiguar si pudiera convertirme en cineasta gnóstico. Es una profesión bien cotizada. Llegar a ser... Potencia y acto aristotélicos, ¿no? Que importa. Labor titánica intentar descifrar la elusiva entelequia llamada mente… La distracción es traicionera. Este mes se han quemado dos ollas rezagadas en la estufa y tres platos explotaron sobre una hornilla. Cuánto ruido allá afuera… Me gusta el silencio, pero incompleto: partitura con notas en falso… Extremo cuidado o incendiaré el departamento conmigo adentro, y terminaré, por ende, en una siniestra jaula mental y, una vez “recuperado”, mezclado con docenas de orates catatónicos que se apalean a trompicones y zapatazos o fuman tres paquetes de cigarrillos diarios o beben veinte tazas de café o se dan una segunda ronda de palos o siguen fumando, al igual que Sísifo, el gran tabaco de la vida. Le tengo pavor a los manicomios. Las atrocidades que ocurren allá adentro… Conque según Albert Einstein Dios (el suyo, o el que sea) no juega a los dados… Peor: juega al billar con nuestras cabezas gangrenosas.

RUTINA

 

Bueno, levantarme es lo más complicado y arduo del día, aunque hacerlo temprano es costumbre heredada de mi época como mensajero de papelería para bancos y compañías de seguros. Exacto: como deleznable lacayo de los poderosos. Cuando no se es esclavo de los comunistas se es siervo de los capitalistas. Tal afirmación suena simplista, lo sé; pero, descartando cualquier premisa ideológica sólo veo dos clases de hombres: los que someten y los sometidos. Leones y borregos. Ah, pero no todo está perdido. Existe una ínfima alternativa: el hombre marginal, más o menos nihilista, quien no se alinea ni con unos ni con otros… O por lo menos así él lo cree. La caravana mañanera se inicia: sacro aseo, rociar el pesimismo con hisopo dorado, lavar y relavar articulaciones compulsivas, lanzarme agua rencorosa, cepillar férreamente los dientes, dejarme ir entre orbes, cuestionar más y más ventana insomne. Desayunar lo que no exija complicaciones: huevos hervidos, jamón de pavo, tostada con queso crema variado (salmón, cebollinos, vegetales). Arrecia un CD de lluvia y tormentas; yo, artísticamente reclinado en el sofá bajo pose de existencialismo baratón. Amanecí en la habitación acolchonada. Estuve o estoy en ella. La luna viaja sin miel por la ventana izquierda, regresa en búmeran por la derecha. La identifico. ¿Nunca se ha ido o lo aparenta? Adherida a mis pupilas... Las apariencias… Verdad que ese punto nunca queda elucidado. Después la tanda documental de animales, geográficos, turísticos y películas antiguas (las ancladas en cuatro o cinco décadas, sobre todo las facturadas en estudio con su sentido mágico, acogedor; soy adicto a las silentes de las que poseo varias y repito cuando me harto de hablar conmigo mismo en voz alta) en un canal de cable, aunque rento de la biblioteca pública. Tal actividad me toma hasta el mediodía en que, con peor desgano, acometo el almuerzo. La hora del baño se hace tortuosa, pero ya que me repugna la suciedad me lanzo heroico bajo la ducha. La risible heroicidad sólo nos adelanta varios pasos hacia el sepulcro. Gusto del agua; me atormenta no creerme parte de su efluvio. La capacidad de concentración en la lectura se extingue sin piedad; releo cada página varias veces antes de condensar en una frase lo recorrido por los ojos recelosos. Me exijo: Debo retener esta frase, tal vez nunca la vuelva a leer en la ¿presente? vida. Igual con las imágenes. ¡Se escapa el símil! No importa; es irreal. Los símiles sólo sirven para el arte y la literatura… ¡No, coño, que no! Todo existe: depende de nuestra relación con diversos planos o niveles de realidad... ¿Todo intercomunicado? No te metas en pretensiones hegelianas que no te va. Llevo días preparando la lista de empleos que he soportado en mis tortuosos años laborales. Rebasa fácilmente la cifra de cuarenta… ¿Periódicos? Información manipulada. Evito a todo trance los noticieros televisivos. Imbécil la pandereta gestual de algunos presentadores con guiños a la cámara y optimismo de manual de superación personal, dándose las gracias unos a otros en rondó desvergonzado, o llamándose por sus nombres como si transmitieran las noticias entre ellos y no al ingenuo público. Repulsivo verlos expresar “mejores deseos”, “enhorabuenas” cada vez que a un infante inválido le es donada una silla de ruedas o se recaudan varios millones en uno de esos maratones que sirven de pedestal megalómano a los que almacenan el billete o cuando los pobres –eufemísticamente, “los más necesitados”- comen caliente una vez al año gracias a “filantrópicas” organizaciones, o cuando en el asqueroso día de los reyes magos un corro de niños recibe regalitos de los “caritativos” miembros de la sociedad, que no pierden la oportunidad de ser convenientemente fotografiados en no fingida pose de rameras enjoyadas para otro álbum de burdel municipal. Así, muy bien: a limpiarse la conciencia con papel sanitario. Pero, ¡cómo cojones se puede ser tan impúdico! Entre tanto se mantienen el desempleo, hambre, delincuencia con la anuencia tácita del gobierno (cualquiera), impuestos, alto desprecio por las artes (menos las vendibles). No concibo el arte en manos privadas -a menos que el propio artista decida lo opuesto-; debería ser patrimonio de museos públicos. Deslealtad, cinismo y codicia nos asolan. Son los peores síntomas de nuestra civilización. Ay, cuánta, cuánta ingenuidad… ¿Por qué no aprendo? Este mundo está de cabeza. Algunos lo enderezan con botellas de licor, otros con píldoras… muchas. Necesitamos ¿retribuirle? su legítima perspectiva… Difícil mantenerse alerta ante la marejada de escoria que nos ha ido tragando poco a poco, paciente, impávida, a la deportiva usanza de la boa que termina enroscándose en sí misma. Mortalmente circular, que nunca rectilínea, como el tiempo, o lo que se admite como tiempo siendo o no una invención de la mente. Todo esto es un relajo… Imposible no ceder; soy un enfermo cuyos reflejos han claudicado bajo la inevitable cuota de cotidiana infamia. Bueno, si eres capaz de comprender que eres un enfermo estás lúcido, afirmó un jovial psicólogo bajo aspecto de lechuza beisbolera hace dos décadas. Pero si no soy capaz de remediarlo estoy loco, aduje con desconcierto. Durante mis juveniles etapas de ansiedad, cuando nadie lo hacía, me dio por fumar puros, dejarme crecer la perilla y recortarme el cabello en radical contraposición a los melenudos contestatarios, aquéllos que no si no explotaron de sobredosis alucinógena descansan cómodamente en las costillas de su claudicación. Al aparecer el demográfico ganado con tales atributos cambié radicalmente de apariencia. A cada rato olvido cerrar las puertas de gabinetes y nevera. ¡Cuidado con la nave corsaria beatificada manicomio! El manicomio navega sigiloso en busca de botín humano, prepara los afilados dientes de su moledora, forcejea espacio en la lentitud de mazmorras mercenarias. A veces creo, no fervorosamente aterrado, que mi familia... o, no, la ciudad completa es refugio de una peligrosa especie con fachada humanoide. Creo que estoy rodeado por androides… ¿No llevan tiempo hablando de marcianos reptilianos? No jodas con esa paranoia de ciencia-ficción folletinesca y teorías conspirativas. Alerta, hasta que la patológica capacidad de desconfianza se apague. En la actualidad de ¿mi? vida no me interesa el licor y puedo considerarme asexual, lo cual no ha sido difícil pues, según lo manifestado, sobrevivo sin ardores excesivos. Para semejante "prodigio" no necesité iluminarme en alguna secta mística; me dieron buena ayuda el hastío... y las píldoras. Nos arrebatan una dependencia, nos oficializan otra. Irremediable decreto: el órgano sexual está destinado a la gloriosa reproducción, pero ya que no tengo hijos, desempeño con loable seriedad una actividad no por modesta menos importante: la micción. Cuando alguien pregunta sobre mis ocupaciones y respondo que nada hago insisten alarmados: ¿Nada? Como que nada… Orgulloso enfatizo: De eso se trata, de no hacer nada. Para un ciudadano cabal estar inactivo es un pecado; si no hay algo qué hacer, lo buscan. Los retirados se sienten culpables de enlodarse en la pereza, por lo que se levantan al amanecer, se colocan las dentaduras postizas a la usanza del caballero con su armadura y se dirigen a beber café servido en las esquinas por camareras con aroma a espumosa leche argamasada en perfume vulgar y residuos de servidumbre en la vagina, sin jamás parar de hablar mierdas. Buenos días, Juanita… Buenos días; ya se le extrañaba por acá. ¿Qué se cuenta, Bertica? Bien, y ¿usted? Aquí, ¿no me ves? Entero como un roble. ¿Café? Sí, ponle más azúcar, que a ti te sobra dulzura. Usted es algo serio, Pancracio. Se lo voy a decir a su esposa… Son una plaga sin visible cura. Dudé en escribir: hacer nada, pero "no hacer nada" resuena mejor. Por suerte la depresión se acrecienta en estos días, reduciendo los ataques de pánico que me incitan a salir corriendo. Con ropa o sin ella, desesperado. Vaya consuelo. Correr sin detenerse, en frac o en pelotas, es lo único que de veras cuenta. Vivo escapando. ¿De qué? De la transformación extraña del mundo, de la gente, de mis trastornos. De poco valen las inmovilizadoras correas del sueño o los efluvios de la droga si esta errática mente siente que debe huir saltándose barreras. Porque yo nací con miedo, ¿sabe usted? No puedo parar de moverme huyendo de la persecución. Hay gente que se paraliza; yo corro. No sé en qué dirección, pero corro… Según los chismorreos en la sala de espera el tipo guapo y moreno que organiza discretamente los archivos y siempre sale del consultorio al comienzo de cada sesión es amante del psiquiatra. Arrastra cierta blanda rudeza; creció en una granja y necesitó viajar a la ciudad para pulimentarse y tomar algún cursito inherente a las terapias. Hizo lo correcto, ya que es laborioso y se muestra reservado con los pacientes. Ambos deben disfrutar mucho sus viajes internacionales… Los imagino untándose bronceador en Hawai este verano de miradas apetentes. La secretaria del psiquiatra parece bastante calentona. La veo restregando sus tetas contra el huesudo hombro izquierdo del marido, nervudo obrero de la construcción pronto aburrido de baratas seducciones. Ya no la soporto…, no puede él evitar su celeridad de pensamientos. La otra, la vieja confidente, cizaña de antesala, pellejuda que, hipócrita, la difama aliada con otros erráticos pacientes -no olvidar al ruidoso de pelambrera rojiza que insiste siempre en meter la bicicleta en el consultorio-, vive con dos hermanas, vírgenes apergaminadas por toda rotonda fraccionable, es masturbadora solitaria; lo proclaman sus cabellos grises tozudamente enmarañados en el pubis-eslogan de la moralidad.

 

 

LA BESTIA

 

A propósito de píldoras, Marta ¡me acusó de intento de asesinato!, dañando de una vez por todas nuestras raquíticas relaciones, tras consumir los ansiolíticos que le obsequié (sana intención de mi parte, lo sostengo), con afán de disiparle la agitación causada por un accidente automovilístico cuya total responsabilidad le correspondió a un viejo cegato que le hundió el vehículo por la mitad después de arremeter contra un banco de la parada de autobús y casi aplastar a una pobre embarazada. El despistado anciano, en silla de ruedas por la descojonación que provocó, seguramente sigue desayunando rosquillas tan tranquilo. ¡Creí que no me despertaba; casi me matas, criminal!, clamó frenética la arpía ante el clan familiar con trasfondo de insano carnaval parlamentario. Es peligroso ayudar así a la gente, pero uno utiliza los modestos recursos a su alcance. ¡Eres un irresponsable, un peligro público! Qué jodida está Marta; me importa tan poco la mentecata que ni deseos de insultarla provoca. Prefiero no mencionar las crisis hipocondríacas, pues ya bastante tengo cargando la bipolaridad. Vacío altar para ser llenado por otro ídolo. Vivir o no separados de la Entidad, o entidades. Estando ansioso busco el antropomorfismo; cuando depresivo, lo impersonal, o la Nada. El sueño me abstiene de lo restante. Tiendo a preguntar: ¿Destino o libre albedrío? Nada de eso: ¡Azar! Sí, estoy peor de lo que imagino: asexual y a la vez exhibicionista. Oh, ansiedad, predominas esta mañana sobre la depresión. El cambio de una a otra requiere de semanas, pero en ocasiones, de segundos. Cada objeto me acecha temporadas; el animismo contribuye a tambalear la "capacidad" de lucidez. El aparato televisivo es un receptor espía más, implementado para mi perdición. Cuidado, si te tachan de loco estarás perdido. No es lo mismo ser declarado demente que perturbado funcional. ¿O sí? Recuerda que, correctamente medicado, un bipolar puede insertarse en sociedad, trabajar… ¡No, trabajo no, por favor! Torneo de elucubraciones. Entretanto, el vapuleado chaleco fisiológico trata de ajustarle tornillos a la personalidad destartalada. Llovizna la tarde; el día soleado desmorona filamentos; lienzo de brillo acontece su despaciosa cercanía. ¿Cuántos pares de ojos plegados sobre las brumosas máculas de mi computadora, bajel cofre de palabras? La gente es escurridiza; sombras que se diluyen para recomponerse en otra área de la galería óntica. Uso la Internet, no obstante el terror que representa sentirse vigilado desde el espejo opuesto. Al sentarme, el almohadón emite su quejido flatulento. Documental sobre Africa. Un tropel de cebras atraviesa el río repleto de cocodrilos luchando con denuedo por llegar a la orilla opuesta, lo que consiguen a salvo, excepto una infeliz que emerge con el vientre convertido en desfondada bolsa de supermercado. Las vísceras caen sobre las insaciables cabezas de atacantes que se muerden ¿coléricos?, mientras la cebra infeliz se derriba a sí misma, vacía, en la orilla. Apena ver cómo se acomoda con delicadeza, casi con elegancia, para la muerte; sus líneas desteñidas conforman diseño de empanada, un dantesco crucigrama. Infestada cáscara frutal. No olvidar que la salvaje destrucción de ésa le permitió a otra cebra conservar su vida cuando los cocodrilos, distraídos por la ruidosa irrupción de aquélla, la dejaron escapar confusos. Pechugas de pollo adobadas con limón para el almuerzo. Asqueado, decidí hacerme vegetariano, pero no estoy preparado; quizás nunca lo esté. Presiento que de ser posible alguna mejoría en el humano debería generarse a partir del vegetarianismo, cuya premisa no sólo corresponde al Oriente. Cómo es posible que se pueda viajar la vida alimentándose de animales muertos, y lo peor: provocando sufrimiento en esas desvalidas criaturas. Solamente el barniz tecnológico nos separa de los trogloditas. Y después se quejan de tener el sistema digestivo hecho un desastre. Pertenezco a una cultura carnívora; demasiado tarde. Suenas sentencioso. Sí, y ¿qué? Soy cándido… Mejor cambio el canal y veo un tour. Hay animales que matan sin necesidad alimenticia. Realmente pavoroso. Por ejemplo, tiburones que comienzan engullendo a sus hermanos en la matriz (¿me equivoco si digo que lo vi en un documental sobre el tiburón Arena?). No pocos atacan por gusto cualquier cosa que se mueva, incluso, previamente ingerido el sustento para la jornada, aunque muchos "expertos" -los insufribles idiotas optimistas que nunca faltan- afirman que los estilizados escualos no atacan al humano sino cuando se sienten amenazados; cuando ¡sienten estrés! Otro documental mostró algo inaudito: un macho en su paroxismo sexual mordió a la hembra y la dejó sangrante a merced de los circundantes tiburones que la despedazaron con veloces dentelladas. Ah, el pez tubería macho -especie graciosamente emparentada con el caballito de mar-, que, por cierto, asume el embarazo, engulle los hijos que carga mientras mamá se dedica a otras funciones: rastrear comida con sus cupones de descuento, ir a la peluquería, chismear por el barrio coralino. Cuando regresa le quedan pocos, o ninguno, hijos. ¿Qué del incesto y la homosexualidad entre animales? Para que vean que las reglas pueden doblegarse. Leí que un lobo se suicidó por ser excluido de la manada: se dejó morir de hambre. No jodas; eres un mitómano de atar. No, no, te lo aseguro. Y todavía el prepotente hombre cree poder tener control sobre la maquinaria genética. Si ha logrado clones es porque dispone de la materia para ello, no porque la haya creado. ¿Quién o qué instauró la violencia; ya en serie, ya casual? Violencia más en serio que en serie. Sí, muy en serio. ¿Acaso alguna deidad antropomórfica deleitada con sus abominables creaciones? Me atrae y a la vez me asusta el deísmo; divertido un dios jodedor que nos crea y se desentiende del mundo. Monstruoso divertimento. ¿Un qué accidental? ¿Víctimas de un sistema de causas y efectos? Todo es todo pero a la vez no lo es. Garabato ¿mental? Conque el orden del universo... Desde la azotea de mis padres fui testigo: en la de enfrente, la del edificio de Madame Ramona, una gata recién parida devoró hasta la mitad una de sus crías dejándola hecha títere con sólo cabeza y patas delanteras. En casa de un ex compañero laboral de papá -que terminó explotándose los sesos con una escopeta de caza por razones nunca esclarecidas- vi a una perra convertir en albóndiga a un cachorro de su propia cría que ni siquiera pudo abrir párpados ante los horrores de este mundo. Alcancé a oír huesos triturados por las mandíbulas maternas. El dueño la atacó a patadas, reventándola ante nuestra espantada presencia; la enterró en el jardín y conservó los restantes cachorros, que crecieron sanos e inofensivos. Papá se distanció del tipo poco a poco: Es una bestia; un hombre peligroso… Hay pájaros que se comen sus propios huevos. En eso cuenta el espécimen sobre la especie; la individualidad de lo supuestamente irrepetible. Otro evento no abandona mi psiquis bajo estado de sitio: Cierto millonario amante de los animales, adoptó -sí, legalmente-, en su finca un dormilón bebé de tigre al que alimentó con gigantescos biberones de leche y arrobas de carne cocida. Garras y dientes desafilados con requerida regularidad. La más cara manicure del bulevar selvático. El peligro existiría si probara carne cruda, pero como eso nunca ha sucedido es una animalito inofensivo, en estado puro; afirmaba el idiota. La "inofensiva" fiera dormía en su jaula-habitación con aire acondicionado, junto a la mansión, descansando entre almohadones y música de Copperini, Chopin y Mahler. El majestuoso tigre (rey de la selva en el opuesto vecindario de la frontera ecuatorial), blanco con ojos azules, en contraposición al típico amarillo de iris verdes, alcanzó casi quinientas libras, creciendo afín su irascible temperamento. Una tarde, la más apacible del primaveral afiche, el tigre paseaba con su amo por un jardín rococó, similar a los amados por Watteau, y se detuvo a mirarlo fijamente (al hombre, no al jardín; ¿o miraría a través del llamado tiempo?). Relataron los empleados, parapetados detrás de ventanales con enmohecidos barrotes, que el tigre parecía una estatua de granito frente a su “dueño” cuando, inesperadamente, un coreográfico ataque de furia lo lanzó en espantoso ralentí -cámara lenta, dijeron- sobre la figura humana destrozándola en segundos. ¡Imagínese un gato haciendo trizas un muñeco de papel!, narró a la prensa la escuálida ama de llaves en pleno ataque nervioso. No lo devoró, tuvo razón el hombre, pero dejó un catálogo de miembros sobre los que giraba y giraba rugiente hasta al fin apoyarse aterrado contra sangrantes andamiajes. Quizás sufría bajo la nieve de piel aprisionada en trazos escapados de la noche; los ojos mordían giros que tal vez le evitaban detenerse, o morir. Dormido por varios disparos y sacrificado. La herencia del hombre recayó en las “mascotas”, y por ende, en su madrina, la fiel ama de llaves, responsable de monos, perros, gatos, cotorras, zorros, iguanas, serpientes. La señora veló celosamente por los animales en un castillo elevado sobre un risco en el Atlántico europeo sin dejar de viajar con su recién adquirido entusiasmo siempre en la valija. Murió de un infarto en emplumada cama, no en asilo bañado por jarabe de amargura. Se diría que ofrezco información parcializada por mi paranoia (que tampoco es mía, qué arrogancia. Ah, pero pensándolo con cuidado, la arrogancia tampoco sería mía… mejor no caer en lo de nunca acabar), descrita en casos especiales; que hay animales diferentes, que muchos no son agresivos, que el asunto depende de las circunstancias… o del factor de singularidad. Acudo a muestras contrarias. Por ejemplo, el tiburón ballena se alimenta de plancton, por tanto, es inofensivo, aunque no para el plancton… Ya, ya, no exageres. No me la pongas tan difícil. Clarifiquemos las cosas: de algo hay que alimentarse. Mi preocupación se basa en que, aunque la diversidad de especies animales asegure lo contrario, nos hermana la sangre. Hasta un pez sangra, lo cual me angustia cuando lo consumo. ¿Qué tal una langosta y mariscos? Con vino blanco del bueno, por favor. Sí, porque ya estoy hasta el gorro de esos vinos ácidos y aguados como los que obsequian a porciones medicinales en las galerías de “arte” de Bajagracia. En un libro titulado El matador de leones, el soldado francés Jules Gérard, certero tirador estacionado en Argelia durante el siglo XIX, narra sus hazañas: depurar una comarca de esos felinos. Incluso relata, valiéndose de ameno lenguaje, cómo consiguió la suprema presea de su sangrienta colección: un león negro. En cierta ocasión Gérard rescata a un cachorro tras liquidar a sus padres (o madre, no recuerdo bien), lo cría, pero al fin se desprende de éste que es enviado al zoológico de París. Desmovilizado años después, el curtido cazador visita a su león adulto que lo reconoce; a través de las los barrotes pega a la de él su testa imponente, rugiendo de tristeza al no poder correr libre junto a su conmovido compañero, quien se aleja lloroso para no regresar jamás. Elsa, la leona de Nacida libre, nunca atacó a humano alguno, e inadaptada entre los de su especie, regresó mortalmente herida a yacer junto a sus amos. Interrogante usual, y debo repetirlo; la persistente bestia que me aqueja desde la maldita infancia: ¿especie o espécimen? ¿Grupo o individuo? Rústica versión de nominalismo versus realismo. Como sea, prefiero la inducción a la deducción: voy de lo particular a lo general al evaluar mis relaciones con el mundo. Por ejemplo: No todas las mujeres son iguales; hay que darle un chance a la vecina. ¿Tú crees? Por supuesto. ¿Te agrada? Oh, sí, muchísimo. Es guapa y parece inteligente… Quizás la especie no está diseñada ni para la felicidad ni para el sufrimiento, sino que padecemos las secuelas de un experimento aún lejano de su conclusión. ¿Soy menos misántropo de lo aparente? Porque hay gente que detesta a la humanidad entera; yo, sólo a unos pocos. Bovinos, equinos y otros, pese a su docilidad, han atacado al humano. Los delfines, simpáticos cetáceos, no le dan tregua a los pobres pececillos, y hace poco leí que uno, llegado a un lago por accidente, mordió a varias personas. La supervivencia nos hace a todos una recua de depredadores. Y la mayoría viene con un bono o atributo extra: el de hijo de puta. En este exacto momento el engranaje gástrico reclama alimento. Consumo ensalada. Se fríe a mínimo ardor un filete de pollo -perdí el asco- casi gelatinoso. El cocinar lo más simple me requiere más de una hora. Vueltas sin saber a dónde ir, me siento, me levanto, más vueltas o la misma en repeticiones aberrantes. Postrado por un rato en el sofá; se levantó a comer. Restos del combate, los platos tirados en el fregadero a merced del agua. Ciudadela sumergida; los lavaré en la noche, antes de la invasión de cucarachas y hormigas. El capitán Nemo huye del fregadero Nautilus camuflado en un cepillo. Estoy mal: me vuelvo hediondo. Sí, el tipo apesta; desde acá se siente. Apesta, pero insípidamente… como un cachorro. Apesta igual; ¿no lo huelen? Sí, qué desagradable. ¿Qué hacer con él? Ve a ducharte, cerdo. ¡Váyanse a la mierda! Otro latón de basura con los tres chiflados dentro. Y el maldito libro que revoletea sin dejarse escribir. A esta altura ignoro desarmado qué propósito conlleva su martirio. Lógico, gente metida ahí para sabotearme… Y los de afuera… No acabo de saber si es una novela o un diario… ¿Cuánto llevo en esto? No sé; demasiado. Sería mejor mandarlo todo a volar. Hay millones y millones de fulanos como yo, lo cual revela que hasta en los trastornos mentales es detestable la competencia. Enigmático: la vida tritura a hombres invaluables en su plenitud creativa y permite a otros sin mérito llegar a la pre-vejez, o decrepitud pretenciosa, borbotando estupideces. ¡Atención, atención! Una nítida cabeza calva atraviesa la pantalla de derecha a izquierda con quién sabe qué turbias intenciones… Por suerte no ha mirado ni siquiera una vez en esta dirección… aún.

 

 LOS LIBROS

 

Yo aspiraba a la polimatía sintética. Consumí literatura, historia y arte durante años, pero me arruinaron la saturación, el desorden de tópicos. La anti-cronología triunfó al intentar el mundo mejor que cómo aprendido. Abrevadero estético de la nostalgia siempre a mano: megalomanía al acecho. De los autores juveniles -Dumas, Verne, Salgari (una trágica vida folletinesca), Scott-, ascendí ansioso a los “serios” y, buscando alivio emocional, acaecido el infernal misticismo de Dostoievski marché hacia el espiritualismo pacifista de Tolstoi. Me aficioné más a Stendhal que a Balzac, gracias a la traza romántica irónicamente enclavada en el realismo que utilizó, admirable, astuto y visionario, que convirtió en perfectos imbéciles a sus héroes. El arsenal satírico de Voltaire, simplemente irresistible. Lamentable: ha sido y es tergiversado por los masones antimonárquicos. Degusté autores franceses del XIX; más los parnasianos que los románticos, en especial los decadentistas. Aunque bastante temeroso de los inevitables divertimentos intelectuales, intenté leer filosofía, agravándose el potaje conceptual bullente en mi desprevenida psiquis. Intentar acceder a Hegel fue una de las peores torturas del “aprendizaje”; prefiero la dialéctica primitiva de Heráclito, además, al aburrimiento habría que agregar el inevitable rechazo de sus postulados políticos. Agravado por el terrible hecho de que nunca caminé un aula universitaria (Pasó pero nunca entró, diría el gran Tin Tan). Recurrentes inconsistencias; ya sé, ya sé… La aplanadora Nietzsche impresionó mi furibunda juventud; no obstante, el demoledor impacto en lo moral provino de Schopenhauer (profundamente admirado por el ascético Tolstoi, a propósito). Su lectura nunca deja de apasionarme, provocándome chispazos energéticos. He dicho esto en otras ocasiones, pero no recuerdo en cuáles… Leer a Albert Camus -primero El extranjero, La peste, La caída- me demolió las emociones en su degollación lentísima cual anuncio a la muerte del hombre absurdo que no se refugia ni en la religión ni en la razón, sino que asume la rebeldía de Sísifo, aun anticipando su derrota. ¡Bingo! Lo que yo buscaba: literatura filosófica. Admirable acoplamiento de contenido y forma en cualquier género. Un estilista en el camino intermedio. Un cojonudo. “No me agrada mucho la demasiado célebre filosofía existencialista, y, para decirlo de una vez, creo que sus conclusiones son falsas.” Esta declaración del gran Camus no deja de sorprender en un pensador cuya “absurdidad” es, precisamente, afluente del existencialismo. Admiré la honestidad de Camus, sólo revestido de su virilidad pagana; virilidad ausente de rencores: amistosa ofrenda hacia el mundo, hacia “la patria del alma”. Tan tercamente humano. El revés y el derecho y Nupcias son de los poquísimos libros de ensayos que han tocado mis sentimientos. Descubrir en el primero aquel suceso similar al de la gata en la azotea de Madame Ramona, me dejó en estado de presagiosa agitación. Penoso que su fertilidad narrativa no fuese extensa. Aunque, prefiero el Camus del “hombre absurdo” al posterior, retóricamente gallardo en su cacofonía política, del “hombre rebelde”. Por otra parte, es admirable que Camus censurase el activismo totalitario de Sartre, su adhesión al bolchevismo soviético; sin embargo, su propia, contradictoria postura de colonialista selectivo en lo referente a la independencia de Argelia, donde nació, apostando por un protectorado francés, me causó sabor decepcionante. Fundamental amuleto de cabecera no fue otro que El lobo estepario, demencial, surreal perla descarriada y maldita, producto de su crisis psíquico-espiritual, del dualismo de Hermann Hesse, y por ende, del ya altamente corrompido nivel de pensamiento occidental. Sobre comunistas (toda revolución es burguesa, ¿no?): desconfío de los que como Bertolt Brecht -ese grosero, desaseado Brecht, que según Frederic Prokosch canonizó a Thomas Mann cual "morboso" y "místico burgués"- se exiliaron con falsamente populistas vocablos, en la confortable valija del capitalismo, sin soltar seráfica taberna. Y él, ¿qué puñeta era? ¿Por qué buscó Brecht refugio en los decadentes Estados Unidos y no en la gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas? Es igual; ambos obedecen a los mismos intereses económicos… ¿Te parece? Bueno, eso dicen. Comunismo y supra-capitalismo son gemelos. La banca internacional; tú sabes… Nada sé; no te entiendo. Ah, entonces; ¿tú qué opinas? Nada puedo opinar de lo que desconozco… No quieras enredarme. Qué descarado eres. El “distanciamiento” teatral de Brecht porta un astrolabio calibrado a la perfección. El llamado lobo estepario prosigue en su conversación con Mozart: Hesse hablando consigo mismo... Las puertas del Teatro Mágico certeramente instaladas en fisiología de aprisionado lobo: Harry Haller. Brecht también arremetió contra Hesse, según Prokosch llamándolo "otro místico burgués": "El lobo estepario no es más que un vómito de misticismo a medio digerir." Pero, ¿no manifestó claramente Hesse?: “El literato burgués, idílico y con éxito, se había convertido en uno problemático y marginado, lo que sigo siendo.” Hesse reflejó el mal de nuestra época, pero la fanática “militancia” del marxista Brecht no admitía menos que su transformación. Para algunos, aquél se muestra artificioso en sus orientalismos esotéricos, pero ello lo define, a diferencia del espectacular Camus, cual un escritor hacia adentro, y por su individualismo, ello, con la certeza del envejecimiento, me place con arcaica calma. A ver, ¿por qué el inexorable decurso, no desprovisto de nostalgia telúrica, me conduce a leer a Hesse mientras trago durante tres casi congeladas, demoradas porciones, las dieciséis onzas de una botella de agua mineral esperando que las burbujas me estallen planetarias en la faz? El silencio es igual de repugnante que el escándalo. Imprescindible un calibrador de sonidos para el Verbo. Inútil conservar los libros que no se repetirán, sea por inutilidad o por aburrimiento. Reduje mi biblioteca, dejando, amén de los mencionados, todos los de mitología e historia, las biografías, Homero, el teatro griego de ambos géneros, Virgilio, Petronio, Lucrecio, Boccacio, Rabelais, Grimmelshausen, Le Sage, Sade -trastornado emocional, sin dudas, pero un extraordinario escritor político, no un mero pornógrafo, el lapidario Sade lanzó su probeta de ácido sobre la genealogía judeo-cristiana sin perder ápice de vigencia-, Barbey d’Aurevilly, Huysmans, Andreiev, Apollinaire, Celine, Italo Calvino, Sabato. Décadas ha, decidí contratar algún maestro privado de filosofía, pero tras torpes tentativas con un racista demencial -idéntico al siniestro enano Quilp que tan fulminante, certeramente Dickens dibujó en Almacén de antigüedades, me aseguró campante que los negros son un experimento fallido- y un prejuicioso, tacaño y envarado moralista -se la pasó hablando de las verdades teologales; a Carlos le convendría saber que Fe, Esperanza y Caridad no son las tres ninfómanas empleadas por Madame Ramona en su burdel clandestino, cuando respectivamente, infante y adolescente, rastreábamos con binoculares aquel “antro de depravación”- que no se cansó de ponderar, como el peor de los sofistas, su tarifa barata, mientras atacaba “el indignante materialismo de estos aciagos tiempos”. Pues, ante tamaña, desfachatada ausencia de básica objetividad creí mejor seguir equivocándome por cuenta propia. Movimiento agobiante ante las herramientas de los sentidos. La rigidez diciendo lo contrario. Me siento como un churro. Según San Agustín en Las Confesiones: “Un inmutable que todo lo mueve.” No me interesa la Patrística... El calendario se antoja análogo al inmutable del divo de Hipona. Parménides y Platón -vaya joda reconciliar a Heráclito con aquél: el mundo de los sentidos cambia, el conocimiento es permanente- venían con esa garla… Carezco de sutileza para las abstracciones. ¿Me ha servido de algo leer a los autores mencionados? Bueno, los he disfrutado. Unos se entretienen con las tiras cómicas, los juegos de mesa y los crucigramas, otros con las artes, la literatura, la filosofía. Cautela, hijito, con el zumo de la erudición; fascinantes sus escurridizas melodías, imposible no caer en la trivialidad al intentar drenarle enigmas. Demasiado para tus fusibles; pueden estallar grotescamente. Me detengo aquí con esta deliciosa frase de Max Stirner: “Fichte habla de un Yo “absoluto”, en tanto que yo hablo de mí, del Yo perecedero.”

 

ANGUSTIA… MAS

 

Estuve leyendo sobre el neo-paganismo y sus diversas sectas, dejándome impresionado la cantidad de gente que actualmente busca alternativas en ese renglón incómodo para “nuestro” muladar intelectual. No, no. Soy alérgico a proselitismos; y siempre aparecen vivales controladores con ínfulas de pontífices. Que vayan a buscar borregos a otro sitio. Pandilla de esnobistas quedando bien con dios y con el diablo. No eres tan inédito como pretendes. ¿Quién te ha dicho que lo procuro? Agradecería me dejaras tranquilo por el resto de la noche. Colocado frente al espejo antes de abordar la biblioteca pública: me sienta bien esta camisa roja. En eso, a mi lado la voz de un sujeto idéntico a mí, susurra no sé desde dónde, ya que dice provenir de un sitio ignoto y labios aeroplanos, cerrados: credenciales de ventrílocuo: No te queda bien. Un tercer individuo dictamina: No le hagas caso a este imbécil; te va estupenda, y su extensa atención se traslada de uno a otro. Voces fuera de mi cabeza, bocinas deformantes. Ahora mueven bocas, pero los sonidos, sin nunca desaparecer, languidecen. Sudorosa frente de cobre, sienes palpitando delatan combustible traidor: corazones estallantes; las manos revolotean intentando atravesar lo evaporado, cuando el hombre frente al espejo se multiplica en cincuenta, más de cien de ellos metidos en camisas rojas, abarrotando la habitación y provocándome un vahído tras otro entre murmullos, masticando en acompasado coro: ¡No te quites la camisa! ¡Es chillona! ¡Ponte la azul! ¡El rojo realza tu apariencia! ¡No atiendas a estos cretinos! ¡Linda prenda! ¡Pareces un espectro! Docenas de lenguas prestadas se derriten sobre mí; tulipanes gigantes vociferando sin parar. ¡Fuera de aquí! ¡A los abismos infernales con ustedes, mastuerzos finiseculares! ¿Es un ejército de ellos o soy yo quinientas veces? Sí, parece digno de un esquizofrénico, pero su colocación de inoperancia intertextual establece prioridades. El departamento se hace pocilga y la camisa roja es sucesivamente bandera de club, red, hamaca, y mantel que me impulsa hacia la aguja nacional con la longitud de un mandarín. A mi ruinosa memoria llega la antigua canción pirata que le endilgaron a El corsario negro en una modesta versión de TV en blanco y negro (como mi infancia), cuando las escenografías de cartón piedra se movían hasta de un gentil codazo por descuido de los actores. Televisión en vivo, ¿no? Ah, la canción de marras: ¡Quince hombres van en el cofre del muerto! ¡Ay, ay, ay, la botella de ron! ... (Fifteen men on a dead man's chest/Yo-ho-ho and a bottle of rum/) ... ¿Cómo seguía? Sí: Drink and the devil had done for the rest/Yo-ho-ho and a bottle of rum. Miraba embelesada dando cauce a la inquietud. A la mía, claro. ¿Sucede algo? Tengo que hablar contigo. Tiene que hablar conmigo. Raro; jamás hemos intercambiado demasiadas frases. Adelante. Mejor salgamos a la terraza; ven. Dicen que rojo es el color de los dementes. Aparecen ante mis párpados rendidos aquellos ingenuos programas musicales de la primera mitad de los 60, en especial -sí, la memoria es acto ingobernable-, con sus tríos femeninos cantando baladas pop, que, por recónditos motivos me hacía añorar el aire acondicionado cuando tanto verano tropical en playas simultáneas nos despojaba de trincheras. Enfundadas en vestidos de una pieza, satinados costales de papas a ritmo de twist, portando sobre sus cabezas altos moños parecidos a bombillos o conos de helados tan sugerentes mujeres no abandonan mis ¿ensueños? ¡Condenada pesadilla! Ahí están las Kessler de nuevo con sus pelucones -el mantecado, o vainilla francesa, se imponía- y bocas de frambuesa. Haydn (hay que escucharlo honradamente para apreciar cuánto le debe Mozart) y la narcotizadora cítara -si bien mareante- de Ravi Shankar me tranquilizan, pero la ópera en vivo es difícil de soportar por la repugnante acústica de la voz humana, y el aglomerado público: gallinas empollando escombros. Opera, mejor en discos y televisión. La música popular me abruma, con excepción de algún jazz y bossa nova. He hurgado a través de las ventanas y del agujero de la puerta más de veinticinco veces en la tarde. Ignoro si el de afuera es un vecino o un enfermero. ¿Qué puerta es? ¡Me veo del otro lado acechando el agujero y escudriñando desde el techo en pose de bruja! Ni que me hubiera atiborrado de mezcalina. Paradójicamente, el sonido estruendoso del acto natural me calma; disfruto aguaceros, rayos y truenos. Soy un pagano distorsionado. Las paredes engordan recetadas por cónclaves de plomo. Ya ni siquiera soporto conversaciones en elevado tono. Al decir Naturaleza, se impone la mayúscula. El colmo que me digas cómo rayos debo expresarme, bellaco. ¡Lárgate, imbécil! Me voy, me voy, pero regresaré; no tienes escape. Ni tan siquiera el mérito de evadir la trampa te pertenece. Hay hermosura en el panteísmo… Provoca cierto alivio… Me extasío a través de los ventanales. Rechazo los chismes pero desconfío de cada muñeco alrededor. Vi hombres verdes brillando con resplandor niquelado; descendían en formas de sombrillas, modelando sobre el giratorio anillo de Saturno. Apenas se juntan varios supuestos humanos y comienza su origen una conspiración. Los veo: La vecina de la derecha caga con un ojo y escucha con el otro; como que tiene el culo en reparación; avanza implacable abarcando pasillo, mirando en toda dirección. Esa vieja pudo haber sido prostituta en su juventud; se la nota experta en el terreno de las insinuaciones deliberadamente fingidas: hay en ella un inocultable descaro, algo libertino y soez flotándole en la cara. La abanican libertos invisibles. Fue atractiva, debo admitirlo. Idónea materia de pajeros. Y, especialmente, la clase de hembra que Carlos, perfectamente sudoroso, se cogería de pie contra una pilastra de concreto mientras el relampagueante metro atruena por encima estremeciendo la ciudad de pelambre acordonada. Ojos de culos internacionales se erigen en monumental ojo de pavorreal con ínfulas de faisán. Insano protagonismo. Descubro que ese ojo del culo universal es el lente de la cámara. ¿Cuál? ¿Una o varias cámaras? Cuidado no se caguen aquí. ¿Desaforado plano secuencia o montaje? ¿Nos filman desde diferentes ángulos? Camarógrafos bribones; se han tomado en serio lo de la ilusión… Ojos de culos apuntando al ahora objeto permiten estruendosa variedad. La página es oleaje perfumado. Ah, conque el regreso a la divinidad. Título del cuadro: Culo con bastón peor que enfisema desterrado. Me quedé dormido leyendo... Desperté asustado cubierto por un ejército de gotas sudorosas. ¡Me van a matar de un infarto! El vecino de la izquierda mete un ruido insoportable con el bastón haciendo retumbar los muros en vía crucis hacia el ascensor. Alteran los chirriantes sonidos de puertas cerradas con brusquedad. Vivo en un entorno de salvajes; esto parece un potrero. Que somos parte de la Unidad, del Todo. Por favor, respetable señor; explíquelo mejor porque nada entiendo. Soy un ignorante; lo debe haber percibido desde el comienzo, ¿verdad? ¿Todo que se dispersa incorporando gente o reciclando la misma? Sí, porque si existe lo infinito metafísico, tal cual se me autoriza a decir, tal vez no hay que regresar a sitio alguno y el balance sería innecesario. La finalidad, el mayor de los sofismas. Le tengo pavor a lo centralizado; lo asocio con monolítico y por ende, no sé por qué, con inmovilidad corpórea. Necesitamos un sistema de interdependencia. ¿Cree obtener así autonomía? Propongo una desbordada letrina cósmica. Fabuloso: ¡expansión y caos! La mayor parte de mi vida sólo tres cosas me interesaron: leer, el cine y recorrer museos. Lo demás carecía de valor; incluso, los sentimientos. De hecho, cualquier manifestación de afecto exagerado aún (o más que antes) me provoca incomodidad. Era y soy un proscrito menos contemplativo de lo deseado. Nunca me incliné a las fuertes ataduras afectivas con mis padres y hermanos. Nunca me he enamorado o, tal vez, me han faltado agallas para reconocerlo. Solté a María Eugenia, al medio año, por tener ella un hijo pequeño contra el que me fue imposible medirme en los perímetros de su cariño… A veces he deseado mucho tener prole, pero un frenético rechazo a los agobios del crecimiento e inserción en la disparatada sociedad (la que sea), me ha prevenido. Suena ridículo, pero define lo que deseo expresar tal y como lo deseo. El colmo de la inmadurez, dijeron, aunque nada me importase. Con la segunda, y última, por ahora, Raiza, duré casi dos años, siendo la causa de nuestra separación mi aburrimiento, ni más ni menos. El sexo, aun con cariño, no basta para retenerme. Sí, me comporté como una bola de mierda con Raiza. Buena mujer; y me gustaba… Las elucubraciones sobre el futuro me aterran. Ah, el amor requiere de un ingrediente imprescindible: capacidad de sacrificio, y, según marchan las cosas por aquí, no soy propenso al sacrificio. Ello me impide amar a cabalidad. ¿Mis amistades? Nubes en borrasca; estaban ahí, pero podían -de hecho, lo hicieron- desaparecer en cualquier momento: el momento. Desleales ellos… y yo. Voy poco al cine, mejor días entre semana y durante la matiné, cuando están casi vacíos. Grande alivio divisar par de ancianitas por allá con el tanque de palomitas de maíz; acullá, un señor limpiar reverencioso sus lentes. Entonces puedo lanzar la retahíla de pedos sin tener que esperar por tiroteos o explosiones en la pantalla para disimular, y soy feliz... por un rato. ¿Qué esperabas? No comiences a joder. Sin embargo, imagino que algún desquiciado oculto en la sala obscura pudiera caer armado sobre mí. El respaldar de la butaca se nota diferente, granulado. ¿Chicle pegado, torcedura en la madera? Terrorífico cuento de Graham Greene acerca del tipo en un cine, junto a quien se sienta un criminal cubierto de sangre… Esta semana he repetido casi doscientas películas japonesas -no, no soy adicto a Mizoguchi, Ozu y Kurosawa- entre los 50 y los 60, entre ellas, especialmente, las de: Kaneto Shindo (Los niños de Hiroshima, La isla desnuda, Onibaba, Kuroneko); Kon Ichikawa (El harpa de Birmania (hizo otra versión-, Fuego en la planicie, Extraña obsesión, La olimpiada de Tokio, La familia Inugami–igualmente, la original- (¿Por qué se le ocurrió a este hombre rehacer dos cintas impecables? El ego acarrea sus consecuencias…), Las hermanas Makioka); Masaki Kobayashi (Río negro, la monumental trilogía La condición humana, Harakiri, Kwaidan, El samurái rebelde); Yasuzo Masumura (El ángel rojo, La bestia ciega, Doble suicidio -diferente concepto de la gnoseológicamente ejecutada por Masahiro Shinoda-); Hideo Gosha (Goyokin, Tenchu!, Los lobos, Calles violentas, Cazador en las sombras). Pensé que esta vez sí enloquecía, pero conservo exacta memoria de lo acaecido en cada filme… Los viejitos organizaron un intento de orgía, siendo el resultado una apoplejía y dos marcapasos; el psicópata finalizó tendido a balazos por la policía, como Dillinger al abandonar la sala de cine; sus ojos extraviados en el charco terciopelo sobre la multitud de abismos. ¿Ven lo peligroso de las películas? Floto: Recurrencia onírica.

 
@copyright

Saturday, January 19, 2013

Estimado distribuidor de libros:
Estoy promoviendo la obra literaria de un escritor insólito e irreverente puede visitar el portal donde está su novela picaresca siglo XXI   http://www.bookrix.com/-jesusicallejas/

http://www.bookrix.com/books;fiction,id:16,lang:es,show:free-books,sort:3.html  puede visitar el portal donde esta su novela digital y gratuita para leer.
He encontrado a un escritor marginal en esta época llena de prebendas, un escritor iconoclasta e irreverente con un lenguaje exquisito, conocedor tanto de literartura como de cine, lo cual se ve a través de su obra literaria.He tenido la suerte de subir a la red casi todo su trabajo literario y dos tomos sobre reseñas y anécdotas de cine.Quiero compartir con ustedes al que es , según los conocedores de la literaturaaquí en la Florida, uno de los mejores narradores de la lengua española en el sur de Estados Unidos. Les regalo el enlacede su obra literaria por si quieren visitarla.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


http://www.bookrix.com/-jesusicallejas/

Friday, November 30, 2012

Los invito a visitar este portal donde pueden subir sus trabajos literrios gratuitos o si quieren vender también los pueden subir.

http://www.bookrix.com/-jesusicallejas/
http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-memorias-amorosas-de-un-afligido/



En este otro portal tu abres el libro como si lo tuvieras en tus manos.

Disfruta la nueva tecnología.